Negro divinidad.
- Hermano ¿Cuánto lleva sin conseguir el perdón?
¿El perdón? Eso
es algo que recibí hace años por otro dios. Ahora soy sirviente de “el único” o
al menos eso piensan los humanos. Hace milenios los dioses eran más numerosos
pero la carencia de feligreses a dichas divinidades fue excluyéndolos de
nuestras vidas.
- Bajaré en un momento y con mucho
gusto esperaré el perdón de nuestro señor. – Le dije al padre Juan. Era un
anciano, el cual había entregado su mayor parte de su vida a la propagación de
nuestro profeta. Era irónico, pues hablo de profetas cuando en su tiempo fui
uno de ellos.
Hinqué mis rodillas en el reclinatorio
y desde las rejillas de madera podía distinguir la figura del sacerdote. Él había
sido mi mentor en este campo, pero nunca le había confesado mi verdadera
identidad. Ya era el momento.
- Ave María purísima.
- Sin pecado concedida.
- Dime, hijo mío. ¿Qué es lo que te
atormenta?- me mantuve callado intentando descorchar mis palabras.
- Como ya se habrá fijado. Llevo en
el vaticano al servicio de dios casi el mismo tiempo que usted. Pero mi aspecto
no ha cambiado ni un solo ápice. En cambio usted es ahora mucho mas…sabio. –
controlé mis palabras para no ofender. Mi confesor se mantuvo callado
escuchando algo que por él mismo conocía. – como es sabido por nuestro guía, el
papa. Antaño este mundo era gobernado por dioses y yo fui espada y propagador de
sus enseñanzas. Mi estandarte era un pájaro de fuego símbolo del Fénix, dios de
la vida.
- Eso es absurdo. Él único dios de
la vida es nuestro dios, padre de Jesucristo. Nuestro padre.- Me interrumpió.
- Ahora lo se.- mentí. – pero mis
pecado vienen mucho más atrás que todo eso. Yo…- No sabía cómo expresarlo para
que mi viejo amigo no se asustara.- nací en un lugar prohibido para nuestra
iglesia. El azufre me amamantó y los demonios eran mis hermanos. Pero dicho
dios, el Pájaro de fuego me adoptó al ver luz en mi corazón. Gracias a él ahora
puedo vivir junto al resto de la humanidad. – me sentí aliviado al poder confesar
mi origen. Quizás para mucho parecía un secreto insignificante, pero cuando
vives por y para la lucha de demonios, es difícil confesar que tú fuiste un ser
oscuro.
- Me dejas asombrado por tus
palabras. –Contestó el sacerdote tras reflexionar durante unos segundos. - ¿Lo
que dices es cierto?
- Tan cierto como que estamos aquí,
en este instante.
- Estudié hace años los seguidores
de aquellos dioses y sé que los de vuestro estandarte no poseían algo tan
básico como un nombre. ¿Cómo te llamaban para identificarte?- Sus palabras era
serias e incisivas. Pude intuir que toda nuestra amistad se había derrumbado
por mi confesión. Era de esperar.
- Negro, el profeta.
- Muy bien hermano, puede retírate y
para expirar tales pecados debes rezar y utilizar la fusta durante una semana. Espero
que con eso, consigas dicho perdón de nuestro señor.
Me levanté y me dirigí hasta el
altar principal de la basílica. Me arrodillé y mientras miraba la escultura del
hijo de dios intentaba olvidar mi anterior vida. Al poco, mi hermano, el padre
Juan se acercó a mí y posó su mano en mi hombro.
- Espero que comprendas lo que voy
hacer. Pues no mereces vivir en este mundo y te devolveré al que perteneces.
<<Espera, ¿Qué? >>
No pude moverme y sentí un cuchillo
en mi garganta. Estaba paralizado intentando comprender que me iba a dar muerte
uno de mis más querido amigos y compañeros. Todo por la absurda obsesión de ir
contra los demonios y sin dar opción para la redención. El dolor en el lado
derecho, del cuello, pero mi mano lo detuvo. No dejé que siguiera al presentir
algo que jamás podía esperar que lo hiciera. ¿Verde? ¿Qué hace aquí? La puerta
se abrió y lo vi. Iba acompañado por un muchacho de unos veinte años. Pero mi
amigo, era casi irreconocible, su barriga redonda explicaba una vida sedentaria.
Apuntó al sacerdote y tiró del martillo de su pistola. Estaba dispuesto a
matarlo si no me soltaba.
- Padre Juan, suélteme y no le harán
daño. – Intenté convencerlo. ¿Miedo por mi vida? no. Nunca tuve miedo por algo
que no me pertenecía.
- Ahora lo has complicado aún más. –
No entendí sus palabras.- debo devolverte al infierno y padre te dará lo que
mereces por aliarte con él.- Sus palabras era incoherentes pero alguien como yo
y de mi origen sabía de qué hablaba y que el padre Juan no era quien decía que
era todos estos años. Él era un ser oscuro como yo. Un demonio cazador de los
nuestros buscando el premio de los líderes del infierno esperando conseguir un
lugar privilegiado cuando llegue la purga.
Me levanté y giré poniendo mi mirada frente a la
suya. Hacía tiempo que no usaba mis dones. El falso padre intentó clavarme la
daba en el pecho y le dejé. Vi como mi cuerpo cayó muerto. Aquel cuchillo no era
para untar mantequilla en el pan sino que era una daba de sacrificios, algo mas
mortífero para los nuestros que las armas más humanas. Mi cuerpo cambio mostrando su verdadero aspecto. Sonreí al conseguir engañarle.
- ¿Cómo lo has hecho? – Preguntó el muchacho que
acompañaba a Verde.- bueno, te he visto morir y el que lo ha hecho era el viejo
ese.
- Mi poder es usar la manipulación mental. Mis enemigos
me asesinan cuando en realidad es que se están quitando la vida ellos mismo. También
es muy útil para la propagar rumores o conseguir información. – Expliqué.- ¿Y
tú eres?
- soy Ivann. Hijo de Blanco.
- Encantado Blanco. ¿Qué hacéis aquí?
- Estoy reuniendo al grupo. Debemos seguir con la
obra de él e intentar encontrarlo. Se lo debemos. – Me explicó Verde.
- Este bien. Ya no me queda nada en este lugar, además,
hay un cadáver que no me gustaría tener que enterrar y concederle un entierro
cristiano.
- Ya. Lo que tu quieres es que no te pillen por el
asesinato.
- Tú tan perspicaz como siempre. ¿Nos vamos?
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