Mirada en la noche
Acaricié sus
muslos con la yema de los dedos y sentí como se estremecía conforme iba
subiendo. La vida me sonreía y esa noche había ganado un par de euros de más. No me conocía de nada pero tampoco le importó. Ella con piel de seda y rostro
felino. Con sólo sonreír ya me tenía cautivado. Pobre, aún no sabe con quién ha
ido a parar. Le seguí el juego para poder divertirme. Con ambas manos
escalaba sus interminables piernas. El color negro bordado asomó tímidamente haciendo
insinuar su culo. Perfectas curvas que volverían loco a cualquiera. Lo acaricié disfrutando de cada hebra de hilo de sus bragas. Pasé mis caricias a la
parte delantera y su respiración se agitaba con cada movimiento de dedos. Le temblaban
las piernas y la acosté en la cama. Le ayudé a desnudarse con besos que evaporaba
el sudor de la habitación. Justo antes de pasar a la acción, la admiré mientras
se mordía su dedo índice y mirándome con deseo. Sus pechos señalaban hacia el
techo y se acariciaba el cuerpo. Era una auténtica diablesa que sabía cómo
satisfacer sus deseos. Me quité la camiseta y las botas sin agacharme.
No podía dejar de mirarla. El cinturón salió por los aires estampándose en la
pared, no lo recuerdo muy bien. El pantalón parecía forcejear para bajarse y al
fin desnudo frente a ella me acerqué besando sus pies. Subiendo por tobillos, rodillas y hacia arriba.
Sus manos me sujetaron la cabeza. Me
tiraba del pelo, signo de que lo hacía como debía y comencé a subir para no
saciar a esa fiera con tan sólo mi lengua. Con su pierna derecha me rodeó y giramos
en la cama, poniéndose encima de mí. Ella tenía el control de esa noche. Sus manos
se apoyaban en mi pecho mientras se movía hacia delante y atrás. Sentía su
dulce néctar empapándome. Sus gemidos y gotas de sudor me indicaba que
necesitaba acabar pero yo aún no había empezado.
La quité de encima con brusquedad,
ella me sonrió y admitió que le iba el juego. La puse de rodillas, sobre el
colchón, para admirar su espalda mientras trabajaba por detrás. Me agarraba de
su cintura y miraba como una de sus gotas de sudor bajaba por la hendidura que
hacía su columna.
- ¿Qué hiciste más? Sonreí por su
pregunta y seguí.
-
Miré al espejo y nos vimos haciendo algo prohibido entre nosotros. Ella
era de muy lejos y debía de quedarse allá de donde venga. Además si no fuera porque
me pagaron por…
- ¿Por acostarte? ¿A caso eres un
Scort?- preguntó de nuevo pero esta vez con cara de asco.
- Claro que no. Reí por lo absurdo
que sonaba.- Aunque con mi físico podría serlo sin problema.- bromee.
-¿Entonces?
- ¿De verdad quieres saberlo? Si te
lo digo no voy a poder seguir contando lo que pasó en esa noche.
- ¿Por qué no? -Dijo jugando con su
mechón de pelo rubio. Este bar siempre estaba lleno de las mismas mujeres
calenturientas que se creen que pueden devorar a un hombre con solo una mirada.
- ¿Por qué te pagaron?
- Porque hace un par de días ella estuvo
con un hombre al que no conocía de nada. Se acostaron juntos y follaron toda la
noche. Hicieron, dios sabe qué clase de marranadas en la cama donde normalmente duerme con su mujer. A la mañana siguiente la cornuda fue a la casa
y vio a su marido tendido en la cama, marchito. La piel le colgaba como si tuviera
unos noventa años y los ojos blancos como la nieve. Estaba muerto pero, eso sí,
el tío tenía una sonrisa de oreja a oreja.
- Em… se me hace tarde. Lo dejamos para otro
día. – su cara cambió como si hubiera visto a un fantasma agarró su bolso rojo
y salió a la calle a toda prisa.
Me bebí mi whiskys de un trago y dejé
dinero encima de la barra. Cogí mi chaqueta de cuero que estaba colgada en el perchero
y salí con ella colgada de mi hombro. En la calle podía escuchar sus tacones
huyendo de mí. La ingenua creerá que puede escapar. Una vez que capto un olor
lo puedo seguir hasta varios kilómetros y su perfume de fulana no es que le ayude
mucho. Anduve por las calles sin prisa. Ella caería en mis redes, siempre lo
hacen. Me encendí un cigarrillo y mientras le daba la calada me puse mis
guantes, no sé qué haría sin ellos. Escuché como por la culpa de sus tacones se
caía al suelo y tan solo estaba a la vuelta de la esquina. Me acerqué y ella
estaba tirada al suelo. Uno de sus zapatos se había roto. Menuda desgracia para
ella.
- Aun no te he contado lo que
hicimos. ¿No quieres saberlo?
- ¡Maldito hijo de puta! ¡Fuiste tú
quien mató a mi hermana!- gritó furiosa desde el suelo.
- Denúnciame. Le contesté. – Sabes aquella
mujer me daba seis mil euros por tu hermana, pero el triple si os cazaba a las
dos. Así que, aquí estoy. Espero que no te lo tomes a mal.
- ¡Que te jodan!- metió su mano en
el bolso y disparó contra mí. Cinco veces. Su cara de espanto al verme como ni
siquiera me inmutaba incluso juraría que fue el justo momento cuando se dio cuenta
que yo, era como ella. Un demonio. Pero a diferencia de estas zorritas, yo mato
demonios y los envío al mismo purgatorio. ¿Por qué? Bueno sencillamente es más
divertido meterse con gente tan cabrona que cuando acabas con ellos no sientes
remordimientos o lo que sea eso de los remordimientos.
Junté mis los dedos de mi mano
derecha contra los de la izquierda. Al separarlos los filamentos de diamantino
se desprende haciendo una guillotina invisible para tu enemigo. Es tan fácil,
tan solo mover la muñeca y su pistola se hizo añicos. Otro leve movimiento y un
brazo suyo se descolgaron haciendo que la sangre salga disparada. Toda la calle
se estaba rociando de su oscura sangre. Sus gritos, no de dolor, si no por ver
que ahora debía estar un milenio en el purgatorio antes de tener una
posibilidad de salir de allí, la estaba volviendo loca. Lloraba suplicando
clemencia. Intentaba negociar con dinero, aseguraba que podía darme el doble de
lo que me ofrecía mi contratista. Yo tan solo acabé con todo eso. La enredé con
todos los hilos y al tirar solo quedó polvo y un enorme charco de sangre en el
suelo.
Volví al bar orgulloso de haber
terminado el trabajo.
- Robert, un whiskys. –le pedí al
camarero. –por cierto, gracias por decirme que esta era su hermana.
- ¿Gracias? no te equivoque Balam,
tendrás que darme lo que me corresponde. –contestó señalándome con el dedo.
- De acuerdo, espera, te lo traigo. Ahora
vuelvo.- dije bebiéndome el whiskys del cliente de al lado. Cogí mi chaqueta y
justo de salir por la puerta, Robert me llamó la atención.
- Si en cinco minutos no estás aquí
mandaré a alguien para que te lleve con tu puto padre.- me amenazó el camarero.
La verdad es que es tipo duro. Antes
de caer tan bajo y meterse detrás de una barra con ese delantal. Era un caza
demonios respetado en el gremio. Ahora se contenta con llevar a flote ese bar y
con alguna limosna a cambio de información. La pena es que no va conseguir nada
de mí. Él me ha dado cinco minutos para volver, pero yo necesito tres para
salir de la ciudad con mi maletero lleno de billetes usados y sin marcar. Ya tocaba
un cambio de país. Creo que volveré a España, no la veía desde la caída de la
primera república. ¿Cómo serán ahora las mujeres por allí?
Demonios pervertidos, ¡mola! :D
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