Adel Redelan…
(Tercera parte)
La vida en esta isla me había
cambiado. Había dejado mi comportamiento más protocolario y había abrazado a mi
lado más salvaje. Competía con la escasa comida, con los depredadores. Una
inexplicable manada de pumas. Sabía que este tipo de animal nunca va en manada,
supongo que las pocas presas le han llevado a mantener una vida más social. Bebía
desde un pequeño manantial a los pies de la única montaña. Siempre que mojaba
mis labios en la fresca y trasparente agua miraba la boca de una cueva. Tan oscura
como imaginaba que fuera el infierno. De noche se podía escuchar el viento
soplar desde las entrañas de aquel lugar y parecía rugir como una bestia de
otro mundo.
Una noche de tormenta, casi sin
darme cuenta, me refugie en el umbral de aquel lúgubre lugar. No me atrevía
pasar mas allá donde la luz de la luna no se atrevía. Pero mi curiosidad era más
pertinente que todo mi miedo. Agarré mi lanza, sólo era una rama a la que le
saqué punta para ayudarme en la caza, y entré. Mi corazón palpitaba a ritmo
vertiginoso y mi respiración se agitaba. Envuelto en la oscuridad y apretando
cada vez más fuerte mi arma rudimentaria, daba un paso tras otro. La sensación
de la nada en ese lugar me ponía los pelos de punta. La vista anulada y mi oído
parecía que me había fallado. Solo sentí la fría roca bajo mis pies. Andaba casi
por instinto y me sentía igual que aquellos primeros hombres en la tierra antes
de descubrir una nueva tierra.
Pequeños gritos, chirriantes me
alertaron de la presencia de los murciélagos. Sentía el suave tacto de grandes
tiras de telarañas que colgaban desde el techo. Nunca me había dado miedo esas
cosas pero ese lugar parecía multiplicar por diez mis pesadillas y mi mente me
hacía imaginar el horrible lugar en el que mi estupidez me había metido. Escuché
una respiración en el fondo de la caverna. Podría ser el viento pensé yo. Pero cada
vez era más fuerte, aquello que respirara de esa manera se estaría acercando en
las sombras. En ese momento decidí dar la vuelta, pero me había equivocado. Sin
mi vista ni mi olfato para orientarme estaba perdido en esta cueva. No podría
salir sin más. Sujeté mi lanza y apunté hacia dónde provenía esa respiración.
- ¿A qué has venido? Dijo una voz
ronca y rota. Parecía provenir de alguien, pero no podía imaginar de quien
podría ser. ¿Quién podría vivir en este lugar? mi miedo hizo que perdiera el
equilibrio al escuchar esa voz. Me caí de espaldas y mi lanza se separó de mí. A
tientas la busqué pero sin éxito.
- ¿Quién eres? Pregunté intentando
ocultar mi terror.
- Soy la sombra que oculta el día, la
calor que seca las tierras y el frio que mata los campos.
Su contestación no podía ser más
aterradora. Entendí de inmediato que no saldría se ese lugar con vida. Si es
todo eso que dice, quería decir que era un demonio. No sabía cómo combatir
contra una criatura así.
- ¿Por qué tiemblas si aún no me has
visto el rostro? Dijo esa voz resonando por toda la caverna y burlándose de mí.
Entonces me presenté. Sabía que el
tiempo que iba a perder hablando con él, iba a ser el tiempo que seguiría vivo.
Sabía que mi destino había acabado en esta cueva, pero debía esforzarme en
vivir el mayor tiempo.
- Mi nombre es Adel Redelan. El legítimo
progenitor del rey Saharacios Redelan, mi padre. Príncipe de las tierras de planas y de los cuatro cuernos
de hielo.
- ¿A qué has venido Adel Redelan? Preguntó
de nuevo esa voz.
- Busco la manera de salir de esta
isla.
<< Y de esta cueva. Por los
dioses no me comas.>>
- ¿Salir? ¿Por qué salir de esta
isla? Aquí, vives con tu forma animal en paz. no te rechazan por la sangre que
fluye en tus venas y no hay problema de guerras que arrasan tus tierras.
Su palabras me asustaban. Parecía
conocerme mejor de lo que podía hacer un desconocido. Me desconcertaba mis
intentos de comprender la posibilidad de me conociera.
- Necesito un barco para acabar con
aquellos que me traicionaron. Mis palabras fueron vomitadas casi sin querer al
recordar la cara de Phedrios. Como me robó mi barco y mi tripulación, mi
ejecución en alta mar a la espera que los tiburones se cobren mi vida, ya que
él fue ten cobarde como para hacerlo con sus propias manos. Creo que toda esa
ganas de verle muerto entre mis manos manchadas con la sangre y el suelo
decorado con sus tripas, me había dado las fuerza necesarias para seguir vivo
en esta isla.
- Entiendo. Contestó. ¿Cómo podría
entenderme? – lo que deseas puedo dártelo. Pero debes darme algo a cambio.
- ¿Cómo podrás darme un barco?
Un rugido resonó en la cueva. Parecía
que se iba a venir abajo todo por ese grito de ira. Al parecer le había
ofendido a esa criatura. Las rocas se iluminaron como pequeños relámpagos y
podía ver como él gritaba con los brazos extendidos y un coro de voces rebotaba
en todos los rincones de esa cueva. “Soy la sombra que oculta el día, La calor
que seca las tierras y el frio que mata los campos.”
- Perdonad, mi señor. Dije para
tranquilizarlo. Ahora que parecía que me había ofrecido una manera de salir de
aquí con vida, debía aprovecharla como sea. ¿Qué pedís a cambio? Pregunté haciendo
una reverencia demostrando mis respetos.
- Un alma. Cuando hayas culminado tu
venganza, me entregarás el alma que te pida. Indiferentemente de quien
pertenezca. Y si no me entregas lo que pido. Yo mismo aré que todo lo que tocas
se convierta en ceniza y muerte.
Un trato con la posibilidad de salir
y poder vengarme por lo que me robaron. Por el deshonor de Phedrios y sólo por
entregar un alma de alguien. En realidad no era mala idea. No parecía que nadie
podría salir perdiendo, exceptuando de Phedrios y de ese pobre su alma será avíos
de los fuegos del infierno. Pero entonces una única duda me rondó en la cabeza.
- ¿Y si no consigo mi venganza? Habías
perdido la oportunidad de conseguir esa alma, que al parecer deseas con tanto ahínco.
- Por eso te daré a los mejores
guerreros que un barco nunca ha podido soñar. La tripulación más temible de
todos los mares y capaces de dar su vida por su capitán. Con eso debería
bastarte para acabar con ese hombre y con los que lo siguen. La cueva se
iluminó y pude verle tan cerca que di un paso atrás quedandome sin aliento. Su cara estaba quemada
y tenía los ojos ciegos. Los dedos de sus manos eran largos y sus uñas dibujaba
espirales. Era como si nunca se las hubiera cortado o cuidado. Desnudo y con el
torso deformado. Su piel marcaba sus músculos y tendones. Sus dientes afilados
y sus labios parecían sonreír al verme. Me extendió una de sus repugnantes
manos. - ¿Hacemos el trato? Preguntó.
Pensé en la parte negativa en hacer
un trato con semejante demonio. Pero ansiaba salir de aquí y desea tener esa
oportunidad por matar a Phedrios. Casi sin darme cuenta mi mano se apretaba
contra la suya. Al separarnos después de un “No te arrepentirás” por su parte,
como si pudiera hacerlo después de hacer este trato, pensaba yo.
Me pidió que saliera de la cueva y
que me dirigiese a la playa. Mientras caminaba por las rocas de ese lugar
rezaba para que no fuera devorado por ese demonio mientras le daba la espalda. Al
salir de la cueva, casi no podía creer que aun siguiera vivo. Ya no llovía y
parecía que la nubes comenzaban a desaparecer dejando una noche estrellada. Anduve
por la selva una hora. Daba rodeos por allí, no quería comprobar que en
realidad no hubiera un barco esperándome en esa playa. Quizás todo podría haber
sido un sueño. Vi en el suelo las pisadas de los pumas que se dirigían hacia la
playa y entonces fue cuando corrí hacia allí. Si esos animales se acercaban al
barco y mi tripulación, prometida estuviera allí, sería devorados por los
pumas.
Corría frenético por allí. Las ramas
me golpeaba y las hachas hojas de los arbustos, mojados por la lluvia, se me
pegaba como si intentaran detenerme. Pero al fin salí de la espesura. Un barco
se erguía en la playa. Siete velas y dos mástiles. Parecía algo más grande que
mi antiguo barco, el Pegaso Marino. La tripulación me esperaba y al verlos
comprendí que es lo que había pasado con los pumas. Ellos eran los pumas
asesinos de la selva. Salvajes animales convertidos en mi tripulación. Subí a
bordo y todos me esperaban expectantes por mis órdenes. Se respiraba, sumisión
y sed de sangre. Uno de ellos me dio un sombrero de capitán y mi espada. La misma
que me había desaparecido en el mar. Subí las escaleras que llevaba al timón y los
miré. Ellos no esperaban un discurso, eso lo podía ver en sus ojos, esperaban
una orden de zarpar rumbo al horizonte.
- ¡Caballeros! ¡Arríen velas! ¡El
mar nos espera!
<<Al fin en el mar y con un barco. Mis sueños
se cumplían y dentro de poco mi venganza será saldada. Phedrios no se esperará
nuestro ataque. Ahora no soy ese hombre que conoció. Ahora tengo una tripulación
y a Zake. Su muerte se aproxima.>>
¡¡Y ahora empieza la acción de la buena!! :D ¡¡Al abordaje, mis marineros!!
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