Adel Redelan…
(Segunda parte)
Traicionado por Phedrios, mi ex
segundo al mando, y herido mi orgullo de noble. Esta isla, roca flotante en un
mar donde parece que nunca antes había llegado otro hombre. Mi obtenida por
sobrevivir en esta tierra apartada por los privilegios de los dioses me había
dejado con sólo las reservas de mi energía. Tres días ya desde que llegué aquí.
Me alimenté de pequeños crustáceos que recogía en el espigón de la playa. Mi cuerpo
comienza a resentirse por la falta de agua, solo bebía el jugo de los cocos. Necesitaba
agua fresca y algo de carne. Decidí adentrarme en la espesura de esa selva. Aunque
el sol atizaba con fuerza, en interior de la isla parecía tan oscura como la
boca de un lobo a la espera de que me introduzca y ser devorado. Sabía que
entre esos árboles, que sus ramas se entrelazan unos con los otros y esos
matorrales con palmas anchas, podría encontrar algo de comida pero también podría
convertirme en la cena de alguna fiera, que al igual que yo estaría hambrienta
y a la espera de una presa fácil como lo era yo.
La tierra era húmeda y mis pies
descalzos sentían como las hojas secas crujían con cada paso. Los sonidos de
aves de colores que revoloteaban bajo, hacía un lugar alegre. Un paraíso para
cualquier que tenga tiempo para admirarlo. Yo no tenía ese tiempo. Mi cuerpo me
exigía algo sólido, o él tomaría el control. Había escuchado rumores de
Nivenianos que habían pasado largo tiempo sin poder llevarse nada a la boca y
su lado animal lo había trasformado en seres crueles sin compasión por nadie. Devoraban
aldeas enteras y después de haber saciado esa hambre, casi eterna, nunca
pudieron volver a ser el hombre que fue antes. No quería ese destino para mí.
Casi por arte de magia, la selva me
reveló lo que sería mi alimento. Un pequeño tapir rayado. Comía tranquilo a los
pies de aquellos aboles gigantescos. Sabía que si lo perseguía, huiría
espantado y mis piernas estaban demasiado débiles para correr. Así que sabía cómo
debía cazarlo, se lo dejaría a él. Me escondí tras un arbusto y me puse en
cuclillas. Cerré los ojos y lo busqué dentro de mí. Ya hacía tiempo que no
tomaba mi forma animal. En la corte no está bien visto que los nobles sacaran a
relucir su lado salvaje. Pero ahora no estaba en la corte, estaba hambriento y
en mitad de ninguna parte. Busqué en el rincón más profundo de mi ser y lo vi. Expectante
de mi voz, de mis movimientos y ansioso por la libertad que le iba a brindar. Sus
ojos salvajes se habían vueltos tristes y asustadizos. Estaba seguro que no me
reconocía, no recordaba el tiempo que no le veía.
- ¿Zeke? Dije asombrado al ver al
tigre encorvado y con sus orejas agachadas. Se le vía incómodo con mi visita. Gruñía
y parecería dispuesto para atacar. – Te voy a soltar para cazar. Estoy seguro
que deseas ver la luz del sol y sentir su calor. Intenté ser amable.
- ¿Para qué? volverás a encerrarme
después y me dejaras encerrado, en esta oscuridad, otros diez años. Olvídalo,
no quiero tu compasión ni tu estúpido sol. Me contestó haciendo que mi corazón
salte en mi pecho. No me esperaba escuchar su voz. No la reconocía. Una voz
ronca y rota, por culpa de la soledad y esta prisión. Ya eran diez años. Una eternidad
para un animal que deseaba la libertad con cada segundo de su vida. Había sido
mucho tiempo y ese depredador y fiel amigo que fue una vez, ahora era un animal
resignado a morir en la oscuridad y en la soledad. De pequeño, cuando fui por
primera vez al circo en Nivenia, vi a los animales encerrados en esas jaulas. Le
pregunté a mi madre el por qué encerraban a esos animales allí. Leones, tigres,
panteras y toda clase de exóticas mascotas de circo. Ella me respondió, que
estaban encerrados para que no devoren a los niños como yo. Pero yo sabía que
los dueños de circo le hacían estar en esas celdas de barrotes de acero, para
eliminar hasta la última esquirla del animal salvaje que fue una vez. Solo con
verle los ojos podía sentir su tristeza y su anhelo de luz. Volver a correr por
las praderas, por poder dejar curar esas heridas que nunca cicatrizaban por
culpa de los latigazos. De poder comer una presa cazada por ellos mismos y no
la carne cocinada y ya muerta. Desde entonces nunca volví a ir a uno de los
circos. Odié a los payasos y gente que vivía bajo esas carpas. Ahora yo me
había convertido en uno de ellos. Además, Zeke no era una animal corriente, era
mi compañero y hermano. Un animal de piel brillante de blanco y negro. Un tigre
albino con el corazón roto.
- Llevas razón. Me he compartido
como una miserable. Pero si no sales. Este cuerpo morirá de hambre. Si sales y
cazas, yo te juro por mi honor, que no volverás a estar prisionero. Podrás tomar
el control cuando precises. Le expliqué intentando llegar a un acuerdo con mi
viejo amigo.
Vi su postura relajada y algo
desconfiada. Yo estaría igual en su lugar. Después se acercó a mí y sentí
miedo. Si me devoraba ya no tendría que competir por un cuerpo compartido. Me lamió
la mano y la puso en su cabeza demostrando que aunque había pasado mucho tiempo
sin amor, aún seguía amándome. En ese momento lloré como un niño. Hacía tiempo
que no sentía ese amor por nadie y por el ser que menos esperaba, me ofrecía de
nuevo su corazón. Me sentí mucho más miserable de lo que nunca me había
imaginado. Me maldije por haberlo abandonado en esta oscuridad. Yo era el
salvaje y él era más humano de lo que yo nunca fui.
- Zake, corre, caza y vuelve cuando
quieras. No te preocupes por mí, hermano.
- Sabes que nunca te dejaría sólo
aquí. Olvidaré este tiempo como si de una pesadilla hubiera sido. Pero recuerda
que si uno olvida al otro siempre su cuerpo siempre estará vacío. Ahora deja
que me encargue de ese tapir. El muy… se cree que puede pasearse por nuestra
isla sin vérselas con nosotros. Contestó amablemente y lamiéndose los labios.
Se marchó desapareciendo en la oscuridad.
No me importaba quedarme allí sólo, pues me sentía la persona más afortunada de
la tierra por poder contar con Zake. Ahora que había recuperado a mi hermano,
tenía que seguir un paso más allá. Conseguir un barco y aplastar a Phedrios. Conseguiré
el Pegaso Marino y volveré a Nivenia como un hombre nuevo. Se acabó ser tan
pedante con los seres que me quieren. Se acabó ser el cachorro mimado que había
sido toda mi vida. Y si el Rey, mi primo Erick, no le gusta el nuevo Niveniano que
soy ahora, ya puede meterse la corona por donde más le duela. Por qué no
volveré a traicionar a Zake. Eso puede estar seguro hasta los mismos dioses.
Un tigre albino, me encanta. Espero verle corriendo en libertad como debe ser.
ResponderEliminar