Psique Reanimada.
El calor hacía que la ciudad fuera abandonada por sus habitantes. El asfalto desprendía la flama que asfixiaba al
incauto que se arriesgaba a salir. Aunque París es conocida como la cuidad del
amor eso es solo la parte bonita de esta enorme ciudad. Una ola de calor se
había posado y parecía que pretendía quedarse hasta dejar a todo el mundo sin
energía. Rossane sabía cómo dejar atrás las concurridas cafeterías y poder
disfrutar de su hora libre con aire acondicionado. Poca gente tenía la suerte
de tomar café frente a las mejores obras de arte del mundo. Rossane conocía al
portero del Louvre y de esa manera entraba casi siempre gratis.
Disfrutaba paseando con un vaso de
papel, caliente de café, mientras intentaba comprender lo que había más allá de
las pinturas. Ella no sabía de arte, aunque le habría gustado. Se había pasado
la mayor parte de su vida entre leyes políticas y abogados. A veces sentía que
había desperdiciado su vida. Ella se sentó frente a la escultura, que a sus
ojos era la más hermosa del mundo, Psique reanimada por el beso de amor. Era un
nombre largo y ostentoso pero no se podía describir de otra manera. La cara de
la mujer deseando el beso de aquel ángel, hacía que se encogiera el corazón de
Rossane. Se sentía estafada. Llevaba más de un año en París y aún no había
conocido el amor.
Se sentó frete a la escultura y la
miraba detenidamente mientras daba diminutos sorbos a su café. Dejaba, como si
fueran sellos de carmín, sus labios en el vaso. Sus ojos, fijos en la estatua,
llevaban un rato inmóvil y su mente había pasado a imaginar cómo sería un beso
con la misma pasión. Loca por amor, así se describía y con sueños que no se
atrevía a realizar.
- Perdona, ¿Podrías...?- Él le quitó
uno de sus mechones rojos de la mejilla y se lo pasó por detrás de su oreja.
Rossane se quedó muda. No esperaba
que alguien se acercara tanto, sin que se diera cuanta. Estaba tan enfrascada
en sus pensamientos que no se advirtió de la realidad. Los colores de sus
mejillas brotaron como dos flores. Se retiró de su mano en cuanto se percató de
que lo que estaba pasando. Un chico de unos veinte ocho años de cabello rizado
y dorado le había despertado. Casi como un jarro de agua fría en mitad de sus
pensamientos. Él sonrió por la cara que puso Rossane y se separó un par de
metros. Agarró con ambas manos su cámara y disparó.
- ¿Qué haces?- Le preguntó indignada
cuando consiguió nuevamente su voz. Aunque era obvio que le había hecho, una
foto, ella se sentía intimidada por las formas. No le había pedido permiso y no
pensaba pagar por una foto robada. En París los fotógrafos se ganaban la vida
de esa manera. Hacían fotos a los turistas y luego les cobraba una pasta por
ellas.
- Te estaba viendo desde el otro
lado y tenía que inmortalizar tu pose. El único problema era que ocultabas tu
cara demasiado con el pelo. Creía que era una pena ocultar un rostro como el
tuyo.-
“Vaya, ahora intenta ligar conmigo”
Rossane enrojecida por el piropo y por la situación, miró el reloj de su
móvil. Ya se hacía tarde para ella, debía salir del museo cuanto antes si
quería llegar a tiempo al trabajo. Se levantó e intentó no perder el equilibrio
delante de él. Los nervios le podían traicionar de alguna manera dejándola en
evidencia. Pasó justo por su lado y él le agarró el brazo. Algo bruco para ella
quizás, pero Rossane se alegró que lo hiciera. Ella lo miró y se vio reflejada
en sus enormes ojos azules. En ese momento descubrió que el azul era el color
del fuego. Se derretía por esa mirada, por esos labios suaves y su nariz
perfecta. ¿Cómo podría ser que alguien tan hermoso?
- Toma. Es mi tarjeta. ¿Me llamarás?- Dijo él sonriendo y mostrando una
sonrisa pícara.
“Carlos” así se llamaba. Era una tarjeta blanca y escrita a bolígrafo,
su nombre y teléfono de móvil.
- Claro. – le contestó aunque no estaba segura de que lo hiciera. Él era
más joven que ella, cuatro años menos. - ¿de dónde eres?- le preguntó al ver
que “Carlos” no era un nombre francés.
- Soy de España y por lo que veo tu tampoco eres de por aquí.
- Soy de Barcelona.
- Ahora que tienes algo mío, ¿Por qué no me das algo tuyo?
Rossane se extrañó por su propósito. No entendía que podría darle ella.
Además no había pedido la tarjeta, él se la había dado sin preguntar.
- No sé qué te puedo dar. No llevo dinero.- Mintió
Carlos se acercó con fuerza y la besó. No fue un beso de los que salen
en las pelis, sino solo juntaron sus labios contra la del otro. El corazón de
Rossane palpitaba con violencia no por haberle robado un beso de esa manera,
sino porque desde que se había fijado en sus labio ella deseaba besarlos y
ahora se había cumplido.
Ellos se besaban y a su lado la escultura que representaba el beso de
amor los acompañaba. Un escenario perfecto
si no fuera que el teléfono de ella sonó haciendo que el tiempo volviera
a seguir hacia delante. Rossane se separó y se soltó. Se marchó con rapidez
hacia la salida del museo y antes de salir volvió su mirada. Carlos la miraba,
tenía las manos metidas en los bolsillos y sonreía como si estuviera satisfecho
por lo que había conseguido.
Al salir a la calle sacó su ruidoso móvil y descolgó.
- Dime. – Contestó sabiendo que la que llamara era Margo. Su secretaria
y única amiga de esta ciudad.
- ¿Que estabas haciendo? Tienes una reunión dentro de diez minutos.
- Si tú supieras lo que estaba haciendo no me llamarías para una
reunión.
- Ni una con el mismo embajador.
“Vuelta a la vida real. Pero el mundo no es el mismo desde ese beso.
Siento un veneno que me invade desde que me topé con sus besos. Pero debía
conformarme con lo que ha sido y no puedo permitirme amores de adolescentes
aunque los desee con toda mi alma.
Carlos es tu nombre y ese el nombre de mi ángel de Psique Reanimada”
Déjame que encuentre un Carlos. Que me haga fotos y bese bien, y para colmo sorbo a sorbo en la ciudad del amor �� Me enamora de nuevo tu relato sobre psique
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