DAVID RIVILLA PRIETO
EL PÁJARO DE FUEGO
1. LAS
LÁGRIMAS INMORTALES
EDICIÓN DE REGALO.
CAPÍTULO 1
David Rivilla Prieto, 2014
Editores: Carmelo Segura y M.ª Eugenia Glez. Cintas
© Entrelíneas Editores
C/ Lima, 42 (Posterior)
28945 Fuenlabrada (Madrid)
Tel. 91 606 27 22 / 91 690 90 28
entrelineas@eraseunavez.org
www.eraseunavez.org
Realización, impresión y distribución: Cénit Hispano
Tel. 91 606 27 22 / 91 690 90 28
Corrección: Justyna M. Mitek Mazurczak
Diseño de cubierta: kowalski
Cubierta: Shairys BJ, www.doart.es
Maquetación: Iván Tejerizo Manglano
Asesoramiento literario: Juaquina Barcos Martín
ISBN: 978-84-9802-xxx-x
Depósito Legal: M-xxxx-2014
No se permite la reproducción total o parcial de este
libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito
del editor.
La
infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal).
Capítulo 1
¿De verdad queréis saber cuál es nuestra historia? Está bien. Todo
empezó mucho antes de que estas calles junto con los edificios se construyeran.
Y mucho antes de que la cara de la que llamáis sociedad, se ocultara en esta
triste máscara.
Círux…
Los rayos de
sol se filtraban por la ventana acariciando mi rostro. La cálida luz me desveló
de mi sueño, aunque aún quería permanecer dormido. Los sonidos del hacha
cortando la leña que provenía del exterior, indicaban que mi padre ya había
comenzado a trabajar en la granja.
—¡Círux! —escuché la voz de mi padre. Un
hombre no muy corpulento, con el pelo largo y canoso, pero con algunos mechones
de pelo que aún conservaban su color negro. Tenía una barba que le daba un
toque de autoridad, aunque conmigo de poco le servía. Lo que más llamaba la
atención era una cicatriz que tenía en el brazo izquierdo que le recorría desde
el hombro hasta la muñeca. Siempre la llevaba descubierta para que quedase claro
que había sido un buen soldado.
Sobresaltado, como una mañana más, abrí
el viejo baúl que tenía a los pies de mi camastro, donde guardaba toda mi ropa.
No era gran cosa: unos pantalones de color marrón aunque por el tiempo y por la
suciedad no sé si deberían llamarse así, una camiseta de color verde oscuro que
cambié por unas naranjas en un trueque, y mis botas de color negro. Siempre las
llevaba limpias, pues mi padre, desde pequeño me dijo que una persona se mide
por cómo lleve su calzado. Aunque sigo sin encontrarle sentido, desde entonces,
el calzado fuera posiblemente lo que más limpio llevase.
Antes de bajar, eché la manta por encima del camastro, escondí las
pocas sobras de pan de anoche, porque siempre me quedaba con apetito al estar
embelesado mirando las estrellas, pensando cuándo iba a salir de aquí.
Me acerqué y miré por la ventana.
Aquello me encantaba, tenía unas vistas alucinantes. Si mirabas a un lado veías
el reino de Thir, una ciudad donde la mayoría de la población eran humanos,
gente tosca. Incluso era una ciudad donde abundaban los
vagabundos y los ladrones. Mirando al
otro lado, estaba Nivenia, donde se podía apreciar su majestuoso castillo y sus
inmensas torres color marfil, que parecían rozar los cielos. Allí sus
habitantes, los Nivenianos, era gente orgullosa y bella. Una raza a la cual el
resto envidiaba por sus riquezas y estatus social.
Inmediatamente después de contemplar el
mejor paisaje de todo el reino, cogí mi chaleco de detrás de la puerta y bajé
las escaleras de un salto. En el salón estaban mis padres desayunando sentados
frente a la chimenea.
—¡Buenos días padre, buenos días madre!
—exclamé mientras observaba dónde se encontraban.
Estaban sentados junto a la mesa.
Nuestra casa no era muy grande y el salón con la pequeña cocina, ocupaba toda
la planta baja. Pero era nuestro lugar favorito de toda la granja. Pasábamos
junto al fuego de la chimenea, hasta altas horas de la noche mientras
escuchábamos las historias que mi padre contaba. Dragones, reyes y princesas,
todo cabía en dichas historias.
Me dirigí a la mesa, a coger una naranja
que había en un cuenco de barro, pues no tenía mucho donde elegir. Solo
teníamos fruta y algo de carne que nos quedó de la matanza del invierno pasado,
ya que la mayor parte de nuestro tiempo lo dedicábamos al cuidado de nuestros
animales. Gracias a ellos teníamos algo que echarnos a la boca, pues sin ellos
no sé qué sería de nosotros.
Pero estaba bastante bien, porque la
verdad, donde estábamos era todo muy tranquilo. Vivíamos lejos de ambas
ciudades, que además estaban en disputas continuamente.
—Buenos días, hijo mío. ¿Dónde te crees
que vas? —me preguntó mi padre.
—Voy a por la hoz padre, a recoger algo
de trigo para que se lo pueda llevar usted al mercado.
—No, Círux… hoy no me encuentro muy
bien, tengo la espalda algo fastidiada —dijo mientras se tocaba los lumbares
con cara de lastimado—. Hoy creo que solamente cortaré la leña y reposaré un
poco. Me tomaré un caldo bien caliente y estaré con tu madre aquí en la
chimenea —mirándome con algo de preocupación, siguió—. Hoy irás tu solo al
mercado —dijo aun lamentándose de su dolor.
—¡Padre! ¿Está seguro? —pregunté
asombrado, pues no estaba acostumbrado a que él me dejase ir al mercado y menos
solo.
—¿Ocurre algo? Si no crees que puedas
hacerlo lo entenderé —me contestó acomodándose en el sillón.
—¡Sí,
padre! ¡Claro que quiero ir! ¡Además, me sentará bien cambiar un poco de aires!
—contesté ilusionado, ya que era el momento de demostrarle que era capaz de
tener tal responsabilidad. Y tenía ganas de comprobar lo que él decía de los
Nivenianos, que eran muy clasistas y que solo pensaban en ellos mismos. Parecía
que mi padre no tenía mejor quehacer que pasarse el día criticando a los
Nivenianos y al rey Érick Lohud.
—¡Muy bien, hijo mío! Ya va siendo hora
de que tengas algo más de responsabilidades —comentó mi padre mientras bebía un
sorbo de leche de su vaso.
—Como usted me diga padre. Iré al
establo para preparar la mercancía del día —respondí mientras salía de la casa.
—Muy bien —respondió y se volvió a girar
hacia la chimenea. Estaba orgulloso.
Salí de la casa para dirigirme hacia el establo. El sol brillaba
en su máximo esplendor, los pájaros sobrevolaban el cielo como si todos fuesen
uno, aquello era maravilloso…
Me dirigí al establo que tan solo se encontraba a unos metros de
la casa. Estaba separado por un camino de arena que hicimos entre mi padre y
yo, para que los animales no se destrozaran las pezuñas al caminar por él.
Cuando entré, lo primero que hice fue abrir las ventanas que había alrededor de
todo el establo, para que entrase la luz del sol y se viese con claridad,
puesto que los candiles de poco servían al tener el aceite ya gastado por
haberlos utilizado durante toda la noche.
Me apresuré a soltar las dos vacas que
teníamos, para que pastoreasen por el prado que había alrededor de la casa y le
eché de comer a las gallinas que estaban guardadas para nuestro uso. Después,
me acerqué a la cuadra y me eché sobre una barandilla de madera.
—¿Cuándo diablos saldré de aquí?
—susurrando en voz baja a las mulas para que nadie me escuchase a parte de
ellas—. ¿Llegaré a ser alguien importante alguna vez en mi vida? —me sentía
como si aquello fuese una prisión para mí, aunque no estaba a disgusto, puesto
que estaba con mi familia y nos cuidábamos los unos a los otros.
—¡Ejem, ejem! —escuché.
—¡Hola, madre! —ahí estaba. Era más
joven que mi padre, una mujer con la belleza de una diosa. Era delgada, con
caderas marcadas, pelo castaño y siempre llevaba una flor en él; llevaba un
vestido blanco y con un pañuelo de color azul celeste atado a la cintura.
—Hijo mío… ¿De verdad piensas eso?
¿Crees que este no es tu sitio? Nosotros lo procuramos hacer lo mejor posible
—dijo preocupada al haberme escuchado decir tal cosa.
—¡Claro que sí, madre! Mi sitio está
junto a vosotros pero…
—Ya lo sé —me corto rápidamente—. ¿Sabes
qué? No todo es tan sencillo como parece. Todo puede cambiar el día que menos
te lo esperas, y el cambio podría ser tan grande que te resultará difícil de
aceptar.
—¡Círux! ¿¡Piensas quedarte ahí todo el
día!? —me dijo mi padre en voz alta desde la puerta mientras cortaba nuestra
conversación.
—¡Ya voy, padre! —le contesté con la voz
alzada—. Madre, me marcho. Le veo al caer la noche.
—Hijo mío, ya hemos cargado el carro con
la fruta. Ten cuidado y recuerda con quien estás tratando, son Nivenianos —me
dijo acariciándome el hombro mientras salía del establo.
Me reí, cogí las riendas de la mula
enganchándola a la carreta que ya estaba cargada de fruta y algunas hortalizas,
y salí de allí montado en ella.
—¡Padre! ¡Me marcho! ¡Le veo al caer la
noche! —y le alcé la mano despidiéndome. Moví bruscamente las riendas para que
las mulas comenzasen a andar—. ¡Vamos pequeñas!
Empecé a andar por el camino de grava
que me dirigía hacia Nivenia, pues era la segunda mitad de la semana. Mi padre
tenía por costumbre vender la fruta en la primera mitad, en el mercado de Thir.
Llevaba el carro, que chirriaba y temblaba, de tal manera que parecía que iba a
romperse en mil pedazos.
Seguí adelante, tranquilo y mirando a
todos lados, aunque a paso ligero, pues me tiré un buen rato hablando con mi
madre y había perdido bastante tiempo. Pasé todo el camino observando los
grandes prados con abundante en trigo. El sol, junto con el agua de la tormenta
de la noche anterior, hacía de aquello un paisaje para plasmarlo en un retrato.
Por el camino había varias casas de madera, destrozadas y abandonadas. Aunque
aquellas tierras eran buenas y ricas para la siembra, todas esas casas estaban
desalojadas. Supongo que sería por orden de los Nivenianos.
Poco después empecé a ver las primeras
carretas que se dirigían a mí mismo destino. Iban corriendo, como si la vida se
les fuese en ello, y solo era para coger un buen sitio y poder vender algo más.
Esto era muy razonable, pues no se sabía nunca cómo se daría el día.
Con los brazos destrozados de tirar de
las riendas, las mulas cansadas se paraban constantemente por estar viejas y
algo delicadas. Empezaba a ver con claridad las puertas de la muralla. Seguí
caminando hasta que llegué a la interminable cola que formaban los mercaderes
en la puerta.
—¡Por fin! —dije en voz alta y algo
cansado. Bajé del carro y me senté en una piedra que había justo al lado
mientras miraba hacia la puerta. Allí había dos hombres grandes, con unas
armaduras que relucían como si fuesen oro. Llevaban unos cascos que tenían
dibujada la cabeza de un león y unas botas de cuero color marrón claro, el peto
de la armadura estaba bordado con la silueta de un león que quería decir dos
cosas: o que pertenecían al ejército Niveniano o que pertenecían a la familia
real. De la cintura colgaba una espada larga y ancha.
Estando allí sentado y aburrido de
esperar, observaba cómo los dos guardias se acercaban a las primeras carretas,
fijándose cómo iban vestidos. También registraban las mercancías de los carros.
Después de aquello, le entregaban los pases de sus puestos para el mercado.
Cuando faltaban dos carros para llegar hasta mí, pude ver cómo los
guardias se quedaban mirando al mercader de delante.
—¿Adónde crees que vas con esa pinta?
—dijo el guardia con cara de desprecio.
—Señor, no sé a qué se refiere. ¿Ocurre
algo? —preguntó asombrado el comerciante.
—¿Me tomas el pelo? Si de verdad crees
que puedes entrar con ese atuendo en la ciudad estás muy confundido, así que
móntate en tu carreta y ¡vete de aquí! —le ordenó el soldado gritando hecho un
energúmeno.
—Pero… señor…
—¡No me hagas perder el tiempo,
estúpido, o lo único que verás de Nivenia serán sus calabozos! —exclamó
mientras apoyaba su mano en la empuñadura de la espada.
Inmediatamente el mercader se apresuró a
montar en su carreta y sin discutir más salió de la cola. Después de registrar
al siguiente y sin poner ninguna traba, llegó a mí mirándome con desagrado.
—¡Muchacho! Tú eres el hijo de Marcus,
¿no? —me preguntó mientras me miraba de arriba a abajo—. ¿No te ha enseñado
cómo debes venir a Nivenia?
—Sí, señor, pero… «Es verdad, se me ha
olvidado cambiarme de ropa con las prisas», antes de llegar resbalé en el barro
y me puse perdido, he intentado venir lo mejor posible pero…
—Vale, pero no vuelvas a tener más
resbalones, así que, espero que no se repita una segunda vez, ¿entendido? —Me
avisó mientras me entregaba el pase—. En el sector 6, al lado de Zarias y vete
de aquí antes de que me arrepienta.
—¿¡Zarias!? ¿Junto a la tienda de
Zarias? —respondí indignado. Era el peor sitio de todos, porque Zarias era un
miserable que vendía las mismas frutas y hortalizas que nosotros pero eso no se quedaba ahí. Para que
nadie comprase en el puesto que colocaban al lado de su tienda, él gritaba a
los cuatro vientos que el género del mercader que le hiciese competencia estaba
podrido. Pero si eso no funcionaba, esturreaba orines y estiércol cerca, para
que el hedor echara a los clientes de allí— ¿Señor no tendría algún puesto que
no sea el sector 6? —le pregunté con esperanza.
—¡No! ¡Es eso o nada! —contestó el
guardia de la derecha mientras el otro estaba callado, mirándome con cara de
superioridad.
—Emm… ¡Sí, señor! —respondí.
Los dos soldados me dieron rápidamente
la espalda. Guardé el pase en el zurrón, monté en la carreta y pegué un tirón a
las riendas. Al pasar por la puerta, observé que era de madera y tenía los
filos bordados por unas finas líneas de color dorado, las cuales se
entrelazaban entre ellas y formaban la cabeza del mismo león que vi en la
armadura de los guardias.
Las calles eran amplias y llanas,
asfaltadas con adoquines pulidos. Las casas eran de piedra y de grandes alturas
y por detrás de ellas, se divisaban las gigantescas estatuas de mármol que
representaban a los dioses.
En poco tiempo, caminando por la calle
principal ya se podían ver los primeros puestos. A unos pocos metros, separado
por grandes arcos, se encontraba la plaza donde estaba instalado el mercado.
Era el mercado más grande que yo había visto, claro que no había visto muchos,
pero por lo que había oído, era el más grande de todos los reinos.
Me dirigía con la vista hacia todos los lados y mirase donde
mirase no veía a ningún Niveniano que fuese pobre, por raro que parezca. Es
como si no conociesen la pobreza. La diferencia con Thir era abismal. La gente
estaba tan bien vestida que todos parecían pertenecer a la realeza.
Una vez llegado al centro de la plaza,
empecé a buscar mi puesto y pude ver que se encontraba en la entrada de un
estrecho callejón.
«¡Pero… ¿qué es esto?!», pensé. Me
pusieron al lado de un puesto de juegos de azar, un sitio donde a ninguna
persona se le ocurriría ir a comprar algo de fruta. Presentía que ese día iba a
ser difícil por estar al lado de Zarias, pero ya con esto… será casi imposible.
Descolgué la carreta lo más rápido
posible de mis mulas, preparé con una caja de madera una especie de mostrador y
me apresuré a colocar la mercancía.
—Hola muchacho —dijo el señor de al
lado—. ¿Te apetece tentar a la suerte? —me dijo el tipo mientras preparaba unos
vasos de barro encima de una especie de mesa hecha con unos cajones y una
tabla.
—No, gracias —contesté sin ponerle más
atención a aquel hombre.
Cuando ya terminé de colocar, salió de
la tienda de al lado, el rechoncho de Zarias. Se acercó al puesto, observó más
de cerca la mercancía y sonrió.
—¿Señor, quisiera algo de fruta? —le
sugerí sabiendo de quien se trataba.
—¿De verdad que piensas vender esa
basura? —preguntó con recochineo.
—Pues claro, señor, es la mejor
mercancía de toda la zona. Incluso podría decir que es mejor fruta que la del
vendedor de la tienda de al lado —respondí con chulería.
—¡Ja…! ¡¿De verdad crees eso?!
—respondió indignado—. Pues te propongo una cosa, chico.
—¿Vos me propone un trato? —dije
sorprendido.
—Vamos a ver… si consigues vender
solamente una pequeña cesta de tu género, el resto te lo compraré por el doble
de lo que vale. ¿Te gusta el trato? —sugirió Zarias mientras acariciaba su
barba de chivo.
—¡Claro, señor! Acepto. ¿Pero… qué pasa
si pierdo?
—Pues no volverás a pisar las calles de
Nivenia —Zarias comentó en un tono intimidatorio.
—Señor, no creo que ocurra eso jamás,
pues mi género es el más sabroso de toda esta tierra —dije orgulloso, sobre
todo porque mi padre y yo lo cultivamos con todo nuestro cariño y esfuerzo.
—Eso lo veremos —comentó mientras el
vendedor se marchaba hacia su tienda.
La jornada seguía adelante pero por curioso
que parezca, no conseguía vender nada y ya había pasado mucho tiempo desde que
monté mi puesto. Algo estaba haciendo ese desgraciado. No sé qué era, pero me
había fastidiado de tal manera que difícilmente, si esto seguía así, vendería
ni la mitad de lo que tenía previsto.
Ya cansado, estaba a punto de rendirme
mientras veía cómo la gente pasaba de largo e incluso me miraba con cara
extraña. Como si por un capricho de los dioses se tratara, y estos hubiesen
decidido cambiar mi suerte, una clienta se acercó a mi puesto. Era la mujer más
bella que jamás había visto. Tenía una belleza envidiable, no se trataba de una
dama cualquiera y lo sabía por sus ojos de color gris perla, sus cabellos con
un brillo tan intenso como el oro, su piel blanca como la nieve y su cuerpo, lo
más parecido al de una avispa. Vestía con un atuendo color crudo con adornos
azules y lo comple-mentaba con un cinturón de cuero. Sin duda, era la mujer más
bella que jamás había visto.
—¡Perdonad! ¿Se encuentra bien? —me
llamó la atención al ver que estaba embobado mirándola.
—Sí… ¡sí! ¡Claro! —me sobresalté
enrojecido quedando encantado por tal belleza. «Es mi primera clienta y es
bellísima», pensé quedándome de nuevo aturullado por mis pensamientos.
—¿De verdad que está bien? —insistió la
dama.
«Vamos, dile algo» pensé de nuevo.
—Claro que estoy bien, preciosa.
«Mierda, ha sonado a desesperado, ahora
se irá corriendo».
Pero a la dama no le pareció tan malo lo
que había dicho, de hecho sonrió a la vez que miraba los productos del mostrador.
—Mmm… ¡Manzanas! —exclamó la dama para
cambiar de tema, ya que estaba sonrojado. También sería para tranquilizarme, al
ver que se me empezaba a humedecer la frente por los nervios— ¡Y qué pinta
tienen! —siguió ella mientras cogía una.
—Coja una, señorita, se la regalo. Son
las mejores de todo el reino —insistí.
—Está bien… pero, ¿no será verdad lo que
dicen, no? —preguntó preocupada— que lo que vendes está envenenado —me comentó
mirándome fijamente y muy seria.
—¡No! ¡Claro que no! ¿¡Quién podría
decir tal cosa!? —dije furioso al saber quién estaba detrás de todo esto.
—Sinceramente, no me lo he creído porque
si no, tu mula ya estaría más que muerta.
—¿¡Por qué dice eso!? —pregunté
asustado.
—Pues…
porque una de tus mulas lleva bastante rato comiendo todo lo que tienes en la
carreta —me advirtió al ver que no me había dado cuenta de que mi propia mula
se estaba comiendo todo, mientras yo estaba de espaldas al carro.
Al comentarme ella tal cosa, me di la
vuelta y cogí las riendas de la traidora bestia y tiré con fuerza de ellas,
alejándola de la carreta. Pero era normal, con la prisa de montar el puesto, no
le había dado ni un poco de heno.
—Ese Zarias sabía bien como jugármela
comentando eso de mis hortalizas —pensé en voz alta sin percatarme de que ella
aún estaba allí.
—¿Zarias? ¿El de la tienda de al lado?
Veo que aquí no os lleváis muy bien, ¿no? —me dijo mientras ella miraba a ambos
lados—. Háblame de ello —siguió ella con intriga.
—Pues ese malnacido y yo hemos hecho un
trato: acordamos que si yo conseguía vender una sola cesta de mis manzanas, él
me compraría todo lo que tengo por el doble de su coste. Por eso va comentando
esas patrañas, que como veis, no tienen nada de cierto.
—No se preocupe, amable señor, eso es
solo una mentira que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Quién sería tan estúpido de
hacer tal cosa? Acabaría en la horca, ¿no cree? —Contestó la señorita—. No
hemos caído en ninguna guerra todavía y somos los seres más fuertes de este
mundo, ¿no sería irónico que muriésemos por culpa de estas manzanas que además,
las vende un chico tan apuesto? —comentó la joven a Zarias.
—Ya, princesa, pero si le llega a pasar
algo yo… Yo… —tartamudeó el tendero.
«¡Entonces es la princesa!»
—No se preocupe Zarias, pongo mi vida
para garantizar la salud de su majestad —me anticipé y siguiendo con una
reverencia dije—. Juro por mi vida que estas manzanas no tienen ni una gota de
veneno.
—Si vos estáis dispuesta y convencida de
ello, me marcho, no desearía ver cómo enfermáis —comentó ese maldito rufián ya
casi entrando en su tienda.
—Zarias… ¿No se le olvida algo? ¿Dónde
está mi dinero? —dije mientras fruncía el ceño y estiraba la mano.
—¿Qué dinero? —dijo riendo mientras
intentaba eludir lo prometido.
—Zarias, no intentes jugar conmigo
porque te juro que si no me pagas, te arrepentirás tú y tu próxima generación.
—Está bien… ¿Cuánto es? —siguió Zarias
resignado y sacando de un tirón su bolsa de dinero.
Miré hacia atrás donde se encontraba mi carreta, me reí y dije en
voz alta:
—Son ciento cincuenta monedas.
—¡Pero eso es un disparate! ¡La carreta
está medio vacía! —dijo mientras que ahora el que se sentía estafado era él.
—Un trato es un trato, Zarias… ¿No me
digas que te vas a echar atrás? —comenté sonriendo.
—¡Aquí tienes! —me lanzó la bolsa sin ni
siquiera contar lo que había dentro.
—Cogí la bolsa y vi que por el peso
había bastante más de lo acordado.
—Tranquilo, todo tiene solución —me dijo
la dama interrumpiéndome—. Primero… a ver, dame una cesta de esas manzanas, yo
te las compraré y segundo… ¿Cuál es tu nombre?
—Ci… Círux —respondí mientras le
preparaba la cesta con la mirada baja y abrumado por sus palabras.
En ese momento salió Zarias, quedándose
con la boca abierta al ver lo que estaba viendo y se apresuró hacia la dama.
—¡Su… su majestad, no debería hacer eso!
He escuchado que las manzanas de este muchacho están envenenadas —advirtió el
ruin de Zarias.
« ¿Le ha llamado su… su majestad?»
—Zarias, aquí hay bastante más.
—¡Quédatelo! Pero no quiero volverte a
ver por aquí —dijo mientras estaba entrando a su comercio.
De pronto el señor de enfrente, que
tenía el puesto de los juegos de azar y que se había dado cuenta de todo, giró
la cabeza de manera descarada mirando al saco del dinero.
—Veo que has ganado mucho dinero, ¿te
atreverías a duplicarlo?
—Ya te he dicho antes que no.
—¡Vamos! ¡Es bastante sencillo!
Solamente tienes que encontrar la bola —insistió.
—De acuerdo, pero no creáis que apostaré
todo mi dinero.
Me acerqué dejando mi puesto atrás,
acompañado por la princesa. El hombre empezó a enlazar los vasos entre sí. Por
la rapidez de lo que hacía, se podía ver que la experiencia le precedía.
—¡Venga, muchacho! Elige.
Pero justo antes de elegir, me interrumpió una voz.
—¡Creía que eras más inteligente! Conocí
a algunos de los tuyos y en realidad, no se parecían en nada a ti.
Ese comentario provenía de un viejo
vagabundo que estaba sentado junto al puesto. La voz era algo ronca y hablaba
en un tono muy tenue, imponía bastante respeto y un halo de misterio le
rodeaba.
—Perdón, ¿qué habéis dicho?
—¿Acaso no me has oído? —continuó el
vagabundo.
—¿Me conocéis de algo? —pregunté de
nuevo algo extrañado por lo que había dicho.
—¡Vaya, vaya, vaya! Pero si está aquí la
rata de Sálaman —dijo un tercer hombre que venía hacia nosotros junto a dos
hombres más. Aquel hombre, por la vestimenta y por la forma de mirar al pobre
vagabundo, supuse que venía a darle problemas.
—¡Qué sorpresa! ¡¿Habéis venido a
traerme mi regalo de cumpleaños?! ¡¿Por qué os molestáis?! —contestó el
vagabundo.
—Déjate de juegos, Sálaman. Sabes que
nos debes mucho dinero, y hoy es día de pago —contestó uno de ellos, que
parecía el capataz.
—¡Pues no he traído nada de dinero, me
lo he dejado todo en palacio! —exclamó irónicamente mientras volteaba sus
bolsillos.
—Pues entonces, nos cobraremos con tu
vida. Caballeros, por favor. Con un chasquido, dio la señal para que los dos
matones que le acompañaban se lanzaran a por él.
Justo cuando faltaban apenas dos pasos
para alcanzarlo, pudimos ver con qué rapidez se levantó del suelo y sacando una
daga de su bota, se abalanzó hacia ellos. Clavó su daga en el cuello del
primero que se acercó, y le dio una patada en la cara al otro, que salió
disparado hacia mi puesto, que quedó destrozado.
—¡Mi puesto! Serás… —cogí a aquel
miserable que se encontraba allí tirado, levantándolo un palmo del suelo, lo
lancé hacia su jefe, que se encontraba frente al vagabundo, quedando los dos en
el suelo. De pronto, escuché las pisadas y el trinar de las armaduras, eran los
soldados Nivenianos que se acercaban al mercado.
Se levantó un poco aturdido.
—¡Me la pagarás, Sálaman! ¡Y tú! Ya nos
veremos —dijo señalándome. Se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la
multitud de la plaza.
—Círux, búscame por Thir, tengo muchas
respuestas que te interesará saber, y bueno, cachorro, ya me explicarás cómo
sigues vivo aún. Y haciendo una reverencia se despidió de la princesa, y
después, mezclándose con la multitud de la zona, despareció aquel extraño
vagabundo.
—Y… ¿¡quién me va a pagar todo este
destrozo!? Y.. ¿ese vagabundo de qué me conoce? —repliqué en voz alta.
La princesa no daba crédito a lo que había visto.
—Bueno… con lo que has ganado hoy,
tienes de sobra para comprar un puesto nuevo y algo mejor, ¿no? —me dijo ella
para tranquilizarme.
—Eso espero… Aunque no sé cómo se lo
diré a mi padre.
—Bueno, fortachón, y si… ¿nos vamos de
aquí? Los guardia están al caer —me dijo tirándome del brazo.
—¡Mierda! ¡Es verdad! ¡Vamos!
Corrimos hacia la plaza pasando lo más desapercibidos posible.
Llegamos hasta la fuente principal y nos detuvimos allí.
—Creo que no viene nadie —dijo la
princesa mirando a ambos lados.
—De una buena nos hemos librado. Por
cierto, ¿Cuál es su nombre, princesa? —dije mirando a ambos lados.
—Mmm… ¿Dónde has aprendido a pelear así?
—siguió evitando la contestación.
—Yo he
preguntado primero. ¿Por qué evitáis la respuesta?
—Me llamo Enuhé Lohud, y sí, soy la
princesa de Nivenia. ¿Y tú qué eres? ¿Una especie de guerrero jubilado o algo
por el estilo? —dijo sonriendo.
—¿Jubilado? ¡Pero si solamente tengo
veinte años! A parte, solamente soy un simple granjero.
—Sí claro, como si un simple granjero
pudiese levantar a un Niveniano igual que a un saco de trigo —dijo ella
irónicamente—. ¿Además, de qué conoces a Sálaman?
—¿A quién, al vagabundo? Pues la verdad
es que no lo conozco —contesté algo confundido al recordar que él si me
conocía.
La jornada pasó como si el dios del
tiempo tuviese empeño en que la tarde pasase más rápida. Allí, sentados en el
banco de la fuente, comentamos sobre nuestras vidas, que eran muy diferentes la
una de la otra. Su vida en palacio, la mía en la granja, ella lo tenía todo,
lujos, joyas y yo, era todo lo contrario. El único lujo que podía permitirme
era un par de botas nuevas para la primavera.
Las grandes torres de Nivenia ya no
dejaban ver el sol, el cielo se había teñido del color del fuego. Los
mercaderes empezaron a desmontar sus puestos, cuando pude ver que una mujer
bastante seria se acercaba hasta donde nos encontrábamos. Aquella mujer de pelo
castaño, ojos verdes, vestía con camisa blanca y chaleco de color granate, todo
ello muy ceñido, por lo que le hacía una figura muy atractiva.
—Creo que ya no es usted ningún
cachorro, y menos para tener que estar detrás de usted de un lado para otro —se
dirigió a la princesa severamente.
—¡Sachén, qué sorpresa! ¿Qué hacéis
aquí? —respondió Enuhé abriendo los ojos lo mismo que si le hubieran pillado in
fraganti en un robo.
—Intentado libraros de una buena, vamos
a palacio, porque si su majestad se enterase… no sé lo que pasaría.
—Está bien… Bueno Círux, he de irme. He
pasado una tarde fabulosa gracias a vos. Espero volver a veros —se acercó a mí
y me besó la mejilla.
La cara se me prendió y volví a quedarme
congelado por aquel beso. Por el roce de sus labios en mi cara, sentí volar por
las nubes de esa tarde y por el olor de su cabello creí estar en el mismo plano
celestial que los dioses.
Sudándome las manos y temblándome la voz respondí:
—¿Qué os parece mañana? —le pregunté
ansioso por una respuesta positiva.
—Pues… podrías venir a la fiesta que se celebra en palacio.
Preguntad por mí y os dejarán pasar.
—Vamos princesa, se nos está haciendo
muy tarde —comentó su niñera.
—¿Vendrás? —preguntó Enuhé entusiasmada
y levantándose de lo que yo llamaría nuestro banco.
—¡Allí estaré, mi princesa! —contesté
sin pensármelo, aun sabiendo que en casa no sería una buena noticia. Vi cómo
después de decir eso, Sachén, dando un tirón del brazo, se la llevo de la
plaza.
Me dirigí hacia donde estaba mi vieja
mula y pude ver que el cuerpo de aquel tipejo ya no estaba. Recogí todo lo que
pude, que no era mucho, lo cargué en la carreta y me apresuré a marcharme. Pasé
por la plaza de la fuente, recordé aquel beso de nuevo y me dirigí hacia las
puertas de la ciudad.
Después de entregar el pase del mercado
en la puerta principal, salí de Nivenia, aún sumergido en mis recuerdos del
mejor día de mi vida. Me dirigí así hacia mi casa.
De camino, iba pensando en lo que me
ocurrió allí. Tenía la esperanza de que la próxima vez que volviese a Nivenia
todo fuese distinto, a excepción de lo ocurrido en el banco.
Tras un par de horas caminando, llegué a
casa. Guardé el carro en el granero y solté a las mulas de él. Les rellené el
comedero de heno y me dirigí a ver a mis padres y a cenar.
—Buenas noches, padre. ¿Dónde está
madre? —dije al entrar al salón.
—Está preparando el estofado de esta
noche, Círux. ¿Qué tal ha ido todo en el mercado, hijo mío?
—Bien, padre, todo este dinero es la
recaudación de hoy. Al entregarle el dinero se quedó bastante asombrado.
—Pero con todo este dinero, seguro que
has vendido todo el género, ¡sabía que lo harías bien! —dijo orgulloso y
sosteniendo el saco del dinero.
—No exactamente padre… —dije sin saber
aun lo que iba a decirle.
—Círux… no habrás hecho una de la tuyas…
¿Verdad?
Tragué saliva y…
—Padre, ese tipejo, Zarias, intentó
jugármela.
Mientras intentaba explicarle todo lo
que había pasado pude ver cómo le cambiaba la cara. Sí, esa cara que temen
hasta los mismísimos dioses.
—¡Marcus! —Pudimos escuchar a mi madre
desde la cocina—. Deja a Círux que termine, seguro que hay una explicación para
todo esto, ¿verdad, hijo? —dijo confiando en que la hubiese.
—¡Sí, claro que sí, madre! —contesté
mientras miraba a mi padre cómo se volvía a acomodar.
—Bien. Pues empieza, porque ya sabes que
no me gusta que te andes por las ramas, Círux.
—Todo ese dinero se lo gané a Zarias en
una apuesta, el muy… iba difundiendo por el mercado que nuestra cosecha estaba
envenenada.
—Típico de él. ¿Y cómo fue la apuesta?
—dijo algo más calmado.
—Pues… nos apostamos que si tan solo
vendía una cesta, nos compraría todo el género al doble de su valor.
—¿Y quién fue el valiente que se atrevió
a comprarla? —preguntó riéndose—. Porque si dices que iba difundiendo tal
embuste, sería complicado, ¿no?
—Bueno… ahí está el inconveniente…
«Espero que no me mate».
—¿El inconveniente? Vamos dilo ya,
Círux.
—La princesa —dije mirando hacia el
suelo.
—¿Fue la princesa? ¿Otra vez por allí?
—dijo extrañado—. Esa chica les buscará a los mercaderes un problema algún día.
Espero que no hayas hablado con ella, si algún Niveniano te ha visto, tendremos
problemas la próxima vez que vayamos.
Intenté explicárselo todo tal y como había pasado, pero de nada
sirvió.
—¿¡Qué!? ¡Que ni se te pase por la
cabeza ir al palacio Niveniano! ¿Queda claro?
—¿Pero, por qué padre?
—No hay peros que valgan. ¡Porque lo
digo yo y no hay nada más que hablar! —dijo a la vez que le daba un palmetazo a
la mesa.
—Pero… padre…
—¡Ya basta Círux, he dicho que no hay
más que hablar! —exclamó mientras se levantaba del sillón.
—¿A dónde vas, Marcus? Aún no has cenado
—dijo mi madre en tono leve y algo preocupada.
—He perdido el apetito, me voy a dormir
—siguió mi padre sin decir ni media palabra más.
Subió escaleras arriba, se metió en su
habitación y cerró la puerta de tal manera que parecía derrumbarse la casa.
Nunca había visto a mi padre así, estaba tan furioso que hasta mi propia madre
se asustó de él.
El silencio inundó la habitación.
Mientras nos terminábamos la cena, no se pronunció ni una sola palabra más. Era
bastante incómoda esa situación, pero yo no quería irme a dormir sin saber la
opinión que en tantas ocasiones me había ayudado.
—Madre, ¿por qué tanta hostilidad con
los Nivenianos? Son algo especiales pero, por lo que he podido ver, no son tan
diferentes a nosotros —dije con la mirada perdida.
En ese momento, me sobresaltó la voz de
mi padre al que creía dormido y desde arriba dijo:
—¿Aún crees que no son diferentes a
nosotros? Tus ideas cambiarán mañana y ahora descansa, ya es tarde para hablar
de esto. Sin más dilación volvió a entrar en su habitación.
—Hijo mío, ya sabes cómo es tu padre
—dijo en voz baja—. Tú dale tiempo, has nacido para sobrepasar las líneas del
hombre, y los dioses lo saben.
Todo eso me lo dijo mientras me daba un
beso en la frente y me invitaba a ir a descansar. Sin decir nada más, subió
escaleras arriba y entró en su habitación.
Poco después de quedarme mirando las escaleras vacías, salí a la
puerta, me tumbé en el porche y pensé: «¿Tiene que ser así? Yo no puedo seguir
siendo un simple cosechador». En ese momento, mirando aquel cielo lleno de
estrellas y la luna en su estado creciente, cerré los ojos pensando en lo que
sería de mi vida. Sin darme cuenta y con el aire helado recorriendo mi piel,
fui presa del sueño.
Rivi!! Me acabo de quedar alucinada, ya que he dado con tu blog por casualidad, y me encanta como escribes. He visto que has escrito un libro y me a encantado el primer capitulo así que seguramente me haré con el y espero que me lo dediques algún día!!
ResponderEliminarTe deseo éxito en esta aventura!
Un besazo y cuídate!!
Me alegro que te guste. En cuanto lo tengas me avisas y te lo dedico
Eliminar