viernes, 11 de abril de 2014

Capítulo 1

DAVID RIVILLA PRIETO




EL PÁJARO DE FUEGO
1.    LAS LÁGRIMAS INMORTALES















EDICIÓN DE REGALO.
CAPÍTULO 1












David Rivilla Prieto, 2014
Editores: Carmelo Segura y M.ª Eugenia Glez. Cintas
© Entrelíneas Editores
C/ Lima, 42 (Posterior)
28945 Fuenlabrada (Madrid)
Tel. 91 606 27 22 / 91 690 90 28
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Realización, impresión y distribución: Cénit Hispano
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Corrección: Justyna M. Mitek Mazurczak
Diseño de cubierta: kowalski
Cubierta: Shairys BJ, www.doart.es
Maquetación: Iván Tejerizo Manglano
Asesoramiento literario: Juaquina Barcos Martín
ISBN: 978-84-9802-xxx-x
Depósito Legal: M-xxxx-2014
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
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Capítulo 1

¿De verdad queréis saber cuál es nuestra historia? Está bien. Todo empezó mucho antes de que estas calles junto con los edificios se construyeran. Y mucho antes de que la cara de la que llamáis sociedad, se ocultara en esta triste máscara.

Círux…


Los rayos de sol se filtraban por la ventana acariciando mi rostro. La cálida luz me desveló de mi sueño, aunque aún quería permanecer dormido. Los sonidos del hacha cortando la leña que provenía del exterior, indicaban que mi padre ya había comenzado a trabajar en la granja.
—¡Círux! —escuché la voz de mi padre. Un hombre no muy corpulento, con el pelo largo y canoso, pero con algunos mechones de pelo que aún conservaban su color negro. Tenía una barba que le daba un toque de autoridad, aunque conmigo de poco le servía. Lo que más llamaba la atención era una cicatriz que tenía en el brazo izquierdo que le recorría desde el hombro hasta la muñeca. Siempre la llevaba descubierta para que quedase claro que había sido un buen soldado.
Sobresaltado, como una mañana más, abrí el viejo baúl que tenía a los pies de mi camastro, donde guardaba toda mi ropa. No era gran cosa: unos pantalones de color marrón aunque por el tiempo y por la suciedad no sé si deberían llamarse así, una camiseta de color verde oscuro que cambié por unas naranjas en un trueque, y mis botas de color negro. Siempre las llevaba limpias, pues mi padre, desde pequeño me dijo que una persona se mide por cómo lleve su calzado. Aunque sigo sin encontrarle sentido, desde entonces, el calzado fuera posiblemente lo que más limpio llevase.
Antes de bajar, eché la manta por encima del camastro, escondí las pocas sobras de pan de anoche, porque siempre me quedaba con apetito al estar embelesado mirando las estrellas, pensando cuándo iba a salir de aquí.
Me acerqué y miré por la ventana. Aquello me encantaba, tenía unas vistas alucinantes. Si mirabas a un lado veías el reino de Thir, una ciudad donde la mayoría de la población eran humanos, gente tosca. Incluso era una ciudad donde abundaban los
vagabundos y los ladrones. Mirando al otro lado, estaba Nivenia, donde se podía apreciar su majestuoso castillo y sus inmensas torres color marfil, que parecían rozar los cielos. Allí sus habitantes, los Nivenianos, era gente orgullosa y bella. Una raza a la cual el resto envidiaba por sus riquezas y estatus social.
Inmediatamente después de contemplar el mejor paisaje de todo el reino, cogí mi chaleco de detrás de la puerta y bajé las escaleras de un salto. En el salón estaban mis padres desayunando sentados frente a la chimenea.
—¡Buenos días padre, buenos días madre! —exclamé mientras observaba dónde se encontraban.
Estaban sentados junto a la mesa. Nuestra casa no era muy grande y el salón con la pequeña cocina, ocupaba toda la planta baja. Pero era nuestro lugar favorito de toda la granja. Pasábamos junto al fuego de la chimenea, hasta altas horas de la noche mientras escuchábamos las historias que mi padre contaba. Dragones, reyes y princesas, todo cabía en dichas historias.
Me dirigí a la mesa, a coger una naranja que había en un cuenco de barro, pues no tenía mucho donde elegir. Solo teníamos fruta y algo de carne que nos quedó de la matanza del invierno pasado, ya que la mayor parte de nuestro tiempo lo dedicábamos al cuidado de nuestros animales. Gracias a ellos teníamos algo que echarnos a la boca, pues sin ellos no sé qué sería de nosotros.
Pero estaba bastante bien, porque la verdad, donde estábamos era todo muy tranquilo. Vivíamos lejos de ambas ciudades, que además estaban en disputas continuamente.
—Buenos días, hijo mío. ¿Dónde te crees que vas? —me preguntó mi padre.
—Voy a por la hoz padre, a recoger algo de trigo para que se lo pueda llevar usted al mercado.
—No, Círux… hoy no me encuentro muy bien, tengo la espalda algo fastidiada —dijo mientras se tocaba los lumbares con cara de lastimado—. Hoy creo que solamente cortaré la leña y reposaré un poco. Me tomaré un caldo bien caliente y estaré con tu madre aquí en la chimenea —mirándome con algo de preocupación, siguió—. Hoy irás tu solo al mercado —dijo aun lamentándose de su dolor.
—¡Padre! ¿Está seguro? —pregunté asombrado, pues no estaba acostumbrado a que él me dejase ir al mercado y menos solo.
—¿Ocurre algo? Si no crees que puedas hacerlo lo entenderé —me contestó acomodándose en el sillón.
—¡Sí, padre! ¡Claro que quiero ir! ¡Además, me sentará bien cambiar un poco de aires! —contesté ilusionado, ya que era el momento de demostrarle que era capaz de tener tal responsabilidad. Y tenía ganas de comprobar lo que él decía de los Nivenianos, que eran muy clasistas y que solo pensaban en ellos mismos. Parecía que mi padre no tenía mejor quehacer que pasarse el día criticando a los Nivenianos y al rey Érick Lohud.
—¡Muy bien, hijo mío! Ya va siendo hora de que tengas algo más de responsabilidades —comentó mi padre mientras bebía un sorbo de leche de su vaso.
—Como usted me diga padre. Iré al establo para preparar la mercancía del día —respondí mientras salía de la casa.
—Muy bien —respondió y se volvió a girar hacia la chimenea. Estaba orgulloso.
Salí de la casa para dirigirme hacia el establo. El sol brillaba en su máximo esplendor, los pájaros sobrevolaban el cielo como si todos fuesen uno, aquello era maravilloso…
Me dirigí al establo que tan solo se encontraba a unos metros de la casa. Estaba separado por un camino de arena que hicimos entre mi padre y yo, para que los animales no se destrozaran las pezuñas al caminar por él. Cuando entré, lo primero que hice fue abrir las ventanas que había alrededor de todo el establo, para que entrase la luz del sol y se viese con claridad, puesto que los candiles de poco servían al tener el aceite ya gastado por haberlos utilizado durante toda la noche.
Me apresuré a soltar las dos vacas que teníamos, para que pastoreasen por el prado que había alrededor de la casa y le eché de comer a las gallinas que estaban guardadas para nuestro uso. Después, me acerqué a la cuadra y me eché sobre una barandilla de madera.
—¿Cuándo diablos saldré de aquí? —susurrando en voz baja a las mulas para que nadie me escuchase a parte de ellas—. ¿Llegaré a ser alguien importante alguna vez en mi vida? —me sentía como si aquello fuese una prisión para mí, aunque no estaba a disgusto, puesto que estaba con mi familia y nos cuidábamos los unos a los otros.
—¡Ejem, ejem! —escuché.
—¡Hola, madre! —ahí estaba. Era más joven que mi padre, una mujer con la belleza de una diosa. Era delgada, con caderas marcadas, pelo castaño y siempre llevaba una flor en él; llevaba un vestido blanco y con un pañuelo de color azul celeste atado a la cintura.
—Hijo mío… ¿De verdad piensas eso? ¿Crees que este no es tu sitio? Nosotros lo procuramos hacer lo mejor posible —dijo preocupada al haberme escuchado decir tal cosa.
—¡Claro que sí, madre! Mi sitio está junto a vosotros pero…
—Ya lo sé —me corto rápidamente—. ¿Sabes qué? No todo es tan sencillo como parece. Todo puede cambiar el día que menos te lo esperas, y el cambio podría ser tan grande que te resultará difícil de aceptar.
—¡Círux! ¿¡Piensas quedarte ahí todo el día!? —me dijo mi padre en voz alta desde la puerta mientras cortaba nuestra conversación.
—¡Ya voy, padre! —le contesté con la voz alzada—. Madre, me marcho. Le veo al caer la noche.
—Hijo mío, ya hemos cargado el carro con la fruta. Ten cuidado y recuerda con quien estás tratando, son Nivenianos —me dijo acariciándome el hombro mientras salía del establo.
Me reí, cogí las riendas de la mula enganchándola a la carreta que ya estaba cargada de fruta y algunas hortalizas, y salí de allí montado en ella.
—¡Padre! ¡Me marcho! ¡Le veo al caer la noche! —y le alcé la mano despidiéndome. Moví bruscamente las riendas para que las mulas comenzasen a andar—. ¡Vamos pequeñas!
Empecé a andar por el camino de grava que me dirigía hacia Nivenia, pues era la segunda mitad de la semana. Mi padre tenía por costumbre vender la fruta en la primera mitad, en el mercado de Thir. Llevaba el carro, que chirriaba y temblaba, de tal manera que parecía que iba a romperse en mil pedazos.
Seguí adelante, tranquilo y mirando a todos lados, aunque a paso ligero, pues me tiré un buen rato hablando con mi madre y había perdido bastante tiempo. Pasé todo el camino observando los grandes prados con abundante en trigo. El sol, junto con el agua de la tormenta de la noche anterior, hacía de aquello un paisaje para plasmarlo en un retrato. Por el camino había varias casas de madera, destrozadas y abandonadas. Aunque aquellas tierras eran buenas y ricas para la siembra, todas esas casas estaban desalojadas. Supongo que sería por orden de los Nivenianos.
Poco después empecé a ver las primeras carretas que se dirigían a mí mismo destino. Iban corriendo, como si la vida se les fuese en ello, y solo era para coger un buen sitio y poder vender algo más. Esto era muy razonable, pues no se sabía nunca cómo se daría el día.
Con los brazos destrozados de tirar de las riendas, las mulas cansadas se paraban constantemente por estar viejas y algo delicadas. Empezaba a ver con claridad las puertas de la muralla. Seguí caminando hasta que llegué a la interminable cola que formaban los mercaderes en la puerta.
—¡Por fin! —dije en voz alta y algo cansado. Bajé del carro y me senté en una piedra que había justo al lado mientras miraba hacia la puerta. Allí había dos hombres grandes, con unas armaduras que relucían como si fuesen oro. Llevaban unos cascos que tenían dibujada la cabeza de un león y unas botas de cuero color marrón claro, el peto de la armadura estaba bordado con la silueta de un león que quería decir dos cosas: o que pertenecían al ejército Niveniano o que pertenecían a la familia real. De la cintura colgaba una espada larga y ancha.
Estando allí sentado y aburrido de esperar, observaba cómo los dos guardias se acercaban a las primeras carretas, fijándose cómo iban vestidos. También registraban las mercancías de los carros. Después de aquello, le entregaban los pases de sus puestos para el mercado.
Cuando faltaban dos carros para llegar hasta mí, pude ver cómo los guardias se quedaban mirando al mercader de delante.
—¿Adónde crees que vas con esa pinta? —dijo el guardia con cara de desprecio.
—Señor, no sé a qué se refiere. ¿Ocurre algo? —preguntó asombrado el comerciante.
—¿Me tomas el pelo? Si de verdad crees que puedes entrar con ese atuendo en la ciudad estás muy confundido, así que móntate en tu carreta y ¡vete de aquí! —le ordenó el soldado gritando hecho un energúmeno.
—Pero… señor…
—¡No me hagas perder el tiempo, estúpido, o lo único que verás de Nivenia serán sus calabozos! —exclamó mientras apoyaba su mano en la empuñadura de la espada.
Inmediatamente el mercader se apresuró a montar en su carreta y sin discutir más salió de la cola. Después de registrar al siguiente y sin poner ninguna traba, llegó a mí mirándome con desagrado.
—¡Muchacho! Tú eres el hijo de Marcus, ¿no? —me preguntó mientras me miraba de arriba a abajo—. ¿No te ha enseñado cómo debes venir a Nivenia?
—Sí, señor, pero… «Es verdad, se me ha olvidado cambiarme de ropa con las prisas», antes de llegar resbalé en el barro y me puse perdido, he intentado venir lo mejor posible pero…
—Vale, pero no vuelvas a tener más resbalones, así que, espero que no se repita una segunda vez, ¿entendido? —Me avisó mientras me entregaba el pase—. En el sector 6, al lado de Zarias y vete de aquí antes de que me arrepienta.
—¿¡Zarias!? ¿Junto a la tienda de Zarias? —respondí indignado. Era el peor sitio de todos, porque Zarias era un miserable que vendía las mismas frutas y hortalizas que  nosotros pero eso no se quedaba ahí. Para que nadie comprase en el puesto que colocaban al lado de su tienda, él gritaba a los cuatro vientos que el género del mercader que le hiciese competencia estaba podrido. Pero si eso no funcionaba, esturreaba orines y estiércol cerca, para que el hedor echara a los clientes de allí— ¿Señor no tendría algún puesto que no sea el sector 6? —le pregunté con esperanza.
—¡No! ¡Es eso o nada! —contestó el guardia de la derecha mientras el otro estaba callado, mirándome con cara de superioridad.
—Emm… ¡Sí, señor! —respondí.
Los dos soldados me dieron rápidamente la espalda. Guardé el pase en el zurrón, monté en la carreta y pegué un tirón a las riendas. Al pasar por la puerta, observé que era de madera y tenía los filos bordados por unas finas líneas de color dorado, las cuales se entrelazaban entre ellas y formaban la cabeza del mismo león que vi en la armadura de los guardias.
Las calles eran amplias y llanas, asfaltadas con adoquines pulidos. Las casas eran de piedra y de grandes alturas y por detrás de ellas, se divisaban las gigantescas estatuas de mármol que representaban a los dioses.
En poco tiempo, caminando por la calle principal ya se podían ver los primeros puestos. A unos pocos metros, separado por grandes arcos, se encontraba la plaza donde estaba instalado el mercado. Era el mercado más grande que yo había visto, claro que no había visto muchos, pero por lo que había oído, era el más grande de todos los reinos.
Me dirigía con la vista hacia todos los lados y mirase donde mirase no veía a ningún Niveniano que fuese pobre, por raro que parezca. Es como si no conociesen la pobreza. La diferencia con Thir era abismal. La gente estaba tan bien vestida que todos parecían pertenecer a la realeza.
Una vez llegado al centro de la plaza, empecé a buscar mi puesto y pude ver que se encontraba en la entrada de un estrecho callejón.
«¡Pero… ¿qué es esto?!», pensé. Me pusieron al lado de un puesto de juegos de azar, un sitio donde a ninguna persona se le ocurriría ir a comprar algo de fruta. Presentía que ese día iba a ser difícil por estar al lado de Zarias, pero ya con esto… será casi imposible.
Descolgué la carreta lo más rápido posible de mis mulas, preparé con una caja de madera una especie de mostrador y me apresuré a colocar la mercancía.
—Hola muchacho —dijo el señor de al lado—. ¿Te apetece tentar a la suerte? —me dijo el tipo mientras preparaba unos vasos de barro encima de una especie de mesa hecha con unos cajones y una tabla.
—No, gracias —contesté sin ponerle más atención a aquel hombre.
Cuando ya terminé de colocar, salió de la tienda de al lado, el rechoncho de Zarias. Se acercó al puesto, observó más de cerca la mercancía y sonrió.
—¿Señor, quisiera algo de fruta? —le sugerí sabiendo de quien se trataba.
—¿De verdad que piensas vender esa basura? —preguntó con recochineo.
—Pues claro, señor, es la mejor mercancía de toda la zona. Incluso podría decir que es mejor fruta que la del vendedor de la tienda de al lado —respondí con chulería.
—¡Ja…! ¡¿De verdad crees eso?! —respondió indignado—. Pues te propongo una cosa, chico.
—¿Vos me propone un trato? —dije sorprendido.
—Vamos a ver… si consigues vender solamente una pequeña cesta de tu género, el resto te lo compraré por el doble de lo que vale. ¿Te gusta el trato? —sugirió Zarias mientras acariciaba su barba de chivo.
—¡Claro, señor! Acepto. ¿Pero… qué pasa si pierdo?
—Pues no volverás a pisar las calles de Nivenia —Zarias comentó en un tono intimidatorio.
—Señor, no creo que ocurra eso jamás, pues mi género es el más sabroso de toda esta tierra —dije orgulloso, sobre todo porque mi padre y yo lo cultivamos con todo nuestro cariño y esfuerzo.
—Eso lo veremos —comentó mientras el vendedor se marchaba hacia su tienda.
La jornada seguía adelante pero por curioso que parezca, no conseguía vender nada y ya había pasado mucho tiempo desde que monté mi puesto. Algo estaba haciendo ese desgraciado. No sé qué era, pero me había fastidiado de tal manera que difícilmente, si esto seguía así, vendería ni la mitad de lo que tenía previsto.
Ya cansado, estaba a punto de rendirme mientras veía cómo la gente pasaba de largo e incluso me miraba con cara extraña. Como si por un capricho de los dioses se tratara, y estos hubiesen decidido cambiar mi suerte, una clienta se acercó a mi puesto. Era la mujer más bella que jamás había visto. Tenía una belleza envidiable, no se trataba de una dama cualquiera y lo sabía por sus ojos de color gris perla, sus cabellos con un brillo tan intenso como el oro, su piel blanca como la nieve y su cuerpo, lo más parecido al de una avispa. Vestía con un atuendo color crudo con adornos azules y lo comple-mentaba con un cinturón de cuero. Sin duda, era la mujer más bella que jamás había visto.
—¡Perdonad! ¿Se encuentra bien? —me llamó la atención al ver que estaba embobado mirándola.
—Sí… ¡sí! ¡Claro! —me sobresalté enrojecido quedando encantado por tal belleza. «Es mi primera clienta y es bellísima», pensé quedándome de nuevo aturullado por mis pensamientos.
—¿De verdad que está bien? —insistió la dama.
«Vamos, dile algo» pensé de nuevo.
—Claro que estoy bien, preciosa.
«Mierda, ha sonado a desesperado, ahora se irá corriendo».
Pero a la dama no le pareció tan malo lo que había dicho, de hecho sonrió a la vez que miraba los productos del mostrador.
—Mmm… ¡Manzanas! —exclamó la dama para cambiar de tema, ya que estaba sonrojado. También sería para tranquilizarme, al ver que se me empezaba a humedecer la frente por los nervios— ¡Y qué pinta tienen! —siguió ella mientras cogía una.
—Coja una, señorita, se la regalo. Son las mejores de todo el reino —insistí.
—Está bien… pero, ¿no será verdad lo que dicen, no? —preguntó preocupada— que lo que vendes está envenenado —me comentó mirándome fijamente y muy seria.
—¡No! ¡Claro que no! ¿¡Quién podría decir tal cosa!? —dije furioso al saber quién estaba detrás de todo esto.
—Sinceramente, no me lo he creído porque si no, tu mula ya estaría más que muerta.
—¿¡Por qué dice eso!? —pregunté asustado.
—Pues… porque una de tus mulas lleva bastante rato comiendo todo lo que tienes en la carreta —me advirtió al ver que no me había dado cuenta de que mi propia mula se estaba comiendo todo, mientras yo estaba de espaldas al carro.
Al comentarme ella tal cosa, me di la vuelta y cogí las riendas de la traidora bestia y tiré con fuerza de ellas, alejándola de la carreta. Pero era normal, con la prisa de montar el puesto, no le había dado ni un poco de heno.
—Ese Zarias sabía bien como jugármela comentando eso de mis hortalizas —pensé en voz alta sin percatarme de que ella aún estaba allí.
—¿Zarias? ¿El de la tienda de al lado? Veo que aquí no os lleváis muy bien, ¿no? —me dijo mientras ella miraba a ambos lados—. Háblame de ello —siguió ella con intriga.
—Pues ese malnacido y yo hemos hecho un trato: acordamos que si yo conseguía vender una sola cesta de mis manzanas, él me compraría todo lo que tengo por el doble de su coste. Por eso va comentando esas patrañas, que como veis, no tienen nada de cierto.
—No se preocupe, amable señor, eso es solo una mentira que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Quién sería tan estúpido de hacer tal cosa? Acabaría en la horca, ¿no cree? —Contestó la señorita—. No hemos caído en ninguna guerra todavía y somos los seres más fuertes de este mundo, ¿no sería irónico que muriésemos por culpa de estas manzanas que además, las vende un chico tan apuesto? —comentó la joven a Zarias.
—Ya, princesa, pero si le llega a pasar algo yo… Yo… —tartamudeó el tendero.
«¡Entonces es la princesa!»
—No se preocupe Zarias, pongo mi vida para garantizar la salud de su majestad —me anticipé y siguiendo con una reverencia dije—. Juro por mi vida que estas manzanas no tienen ni una gota de veneno.
—Si vos estáis dispuesta y convencida de ello, me marcho, no desearía ver cómo enfermáis —comentó ese maldito rufián ya casi entrando en su tienda.
—Zarias… ¿No se le olvida algo? ¿Dónde está mi dinero? —dije mientras fruncía el ceño y estiraba la mano.
—¿Qué dinero? —dijo riendo mientras intentaba eludir lo prometido.
—Zarias, no intentes jugar conmigo porque te juro que si no me pagas, te arrepentirás tú y tu próxima generación.
—Está bien… ¿Cuánto es? —siguió Zarias resignado y sacando de un tirón su bolsa de dinero.
Miré hacia atrás donde se encontraba mi carreta, me reí y dije en voz alta:
—Son ciento cincuenta monedas.
—¡Pero eso es un disparate! ¡La carreta está medio vacía! —dijo mientras que ahora el que se sentía estafado era él.
—Un trato es un trato, Zarias… ¿No me digas que te vas a echar atrás? —comenté sonriendo.
—¡Aquí tienes! —me lanzó la bolsa sin ni siquiera contar lo que había dentro.
—Cogí la bolsa y vi que por el peso había bastante más de lo acordado.
—Tranquilo, todo tiene solución —me dijo la dama interrumpiéndome—. Primero… a ver, dame una cesta de esas manzanas, yo te las compraré y segundo… ¿Cuál es tu nombre?
—Ci… Círux —respondí mientras le preparaba la cesta con la mirada baja y abrumado por sus palabras.
En ese momento salió Zarias, quedándose con la boca abierta al ver lo que estaba viendo y se apresuró hacia la dama.
—¡Su… su majestad, no debería hacer eso! He escuchado que las manzanas de este muchacho están envenenadas —advirtió el ruin de Zarias.
« ¿Le ha llamado su… su majestad?»
—Zarias, aquí hay bastante más.
—¡Quédatelo! Pero no quiero volverte a ver por aquí —dijo mientras estaba entrando a su comercio.
De pronto el señor de enfrente, que tenía el puesto de los juegos de azar y que se había dado cuenta de todo, giró la cabeza de manera descarada mirando al saco del dinero.
—Veo que has ganado mucho dinero, ¿te atreverías a duplicarlo?
—Ya te he dicho antes que no.
—¡Vamos! ¡Es bastante sencillo! Solamente tienes que encontrar la bola —insistió.
—De acuerdo, pero no creáis que apostaré todo mi dinero.
Me acerqué dejando mi puesto atrás, acompañado por la princesa. El hombre empezó a enlazar los vasos entre sí. Por la rapidez de lo que hacía, se podía ver que la experiencia le precedía.
—¡Venga, muchacho! Elige.
Pero justo antes de elegir, me interrumpió una voz.
—¡Creía que eras más inteligente! Conocí a algunos de los tuyos y en realidad, no se parecían en nada a ti.
Ese comentario provenía de un viejo vagabundo que estaba sentado junto al puesto. La voz era algo ronca y hablaba en un tono muy tenue, imponía bastante respeto y un halo de misterio le rodeaba.
—Perdón, ¿qué habéis dicho?
—¿Acaso no me has oído? —continuó el vagabundo.
—¿Me conocéis de algo? —pregunté de nuevo algo extrañado por lo que había dicho.
—¡Vaya, vaya, vaya! Pero si está aquí la rata de Sálaman —dijo un tercer hombre que venía hacia nosotros junto a dos hombres más. Aquel hombre, por la vestimenta y por la forma de mirar al pobre vagabundo, supuse que venía a darle problemas.
—¡Qué sorpresa! ¡¿Habéis venido a traerme mi regalo de cumpleaños?! ¡¿Por qué os molestáis?! —contestó el vagabundo.
—Déjate de juegos, Sálaman. Sabes que nos debes mucho dinero, y hoy es día de pago —contestó uno de ellos, que parecía el capataz.
—¡Pues no he traído nada de dinero, me lo he dejado todo en palacio! —exclamó irónicamente mientras volteaba sus bolsillos.
—Pues entonces, nos cobraremos con tu vida. Caballeros, por favor. Con un chasquido, dio la señal para que los dos matones que le acompañaban se lanzaran a por él.
Justo cuando faltaban apenas dos pasos para alcanzarlo, pudimos ver con qué rapidez se levantó del suelo y sacando una daga de su bota, se abalanzó hacia ellos. Clavó su daga en el cuello del primero que se acercó, y le dio una patada en la cara al otro, que salió disparado hacia mi puesto, que quedó destrozado.
—¡Mi puesto! Serás… —cogí a aquel miserable que se encontraba allí tirado, levantándolo un palmo del suelo, lo lancé hacia su jefe, que se encontraba frente al vagabundo, quedando los dos en el suelo. De pronto, escuché las pisadas y el trinar de las armaduras, eran los soldados Nivenianos que se acercaban al mercado.
Se levantó un poco aturdido.
—¡Me la pagarás, Sálaman! ¡Y tú! Ya nos veremos —dijo señalándome. Se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la multitud de la plaza.
—Círux, búscame por Thir, tengo muchas respuestas que te interesará saber, y bueno, cachorro, ya me explicarás cómo sigues vivo aún. Y haciendo una reverencia se despidió de la princesa, y después, mezclándose con la multitud de la zona, despareció aquel extraño vagabundo.
—Y… ¿¡quién me va a pagar todo este destrozo!? Y.. ¿ese vagabundo de qué me conoce? —repliqué en voz alta.
La princesa no daba crédito a lo que había visto.
—Bueno… con lo que has ganado hoy, tienes de sobra para comprar un puesto nuevo y algo mejor, ¿no? —me dijo ella para tranquilizarme.
—Eso espero… Aunque no sé cómo se lo diré a mi padre.
—Bueno, fortachón, y si… ¿nos vamos de aquí? Los guardia están al caer —me dijo tirándome del brazo.
—¡Mierda! ¡Es verdad! ¡Vamos!
Corrimos hacia la plaza pasando lo más desapercibidos posible. Llegamos hasta la fuente principal y nos detuvimos allí.
—Creo que no viene nadie —dijo la princesa mirando a ambos lados.
—De una buena nos hemos librado. Por cierto, ¿Cuál es su nombre, princesa? —dije mirando a ambos lados.
—Mmm… ¿Dónde has aprendido a pelear así? —siguió evitando la contestación.
—Yo he preguntado primero. ¿Por qué evitáis la respuesta?
—Me llamo Enuhé Lohud, y sí, soy la princesa de Nivenia. ¿Y tú qué eres? ¿Una especie de guerrero jubilado o algo por el estilo? —dijo sonriendo.
—¿Jubilado? ¡Pero si solamente tengo veinte años! A parte, solamente soy un simple granjero.
—Sí claro, como si un simple granjero pudiese levantar a un Niveniano igual que a un saco de trigo —dijo ella irónicamente—. ¿Además, de qué conoces a Sálaman?
—¿A quién, al vagabundo? Pues la verdad es que no lo conozco —contesté algo confundido al recordar que él si me conocía.
La jornada pasó como si el dios del tiempo tuviese empeño en que la tarde pasase más rápida. Allí, sentados en el banco de la fuente, comentamos sobre nuestras vidas, que eran muy diferentes la una de la otra. Su vida en palacio, la mía en la granja, ella lo tenía todo, lujos, joyas y yo, era todo lo contrario. El único lujo que podía permitirme era un par de botas nuevas para la primavera.
Las grandes torres de Nivenia ya no dejaban ver el sol, el cielo se había teñido del color del fuego. Los mercaderes empezaron a desmontar sus puestos, cuando pude ver que una mujer bastante seria se acercaba hasta donde nos encontrábamos. Aquella mujer de pelo castaño, ojos verdes, vestía con camisa blanca y chaleco de color granate, todo ello muy ceñido, por lo que le hacía una figura muy atractiva.
—Creo que ya no es usted ningún cachorro, y menos para tener que estar detrás de usted de un lado para otro —se dirigió a la princesa severamente.
—¡Sachén, qué sorpresa! ¿Qué hacéis aquí? —respondió Enuhé abriendo los ojos lo mismo que si le hubieran pillado in fraganti en un robo.
—Intentado libraros de una buena, vamos a palacio, porque si su majestad se enterase… no sé lo que pasaría.
—Está bien… Bueno Círux, he de irme. He pasado una tarde fabulosa gracias a vos. Espero volver a veros —se acercó a mí y me besó la mejilla.
La cara se me prendió y volví a quedarme congelado por aquel beso. Por el roce de sus labios en mi cara, sentí volar por las nubes de esa tarde y por el olor de su cabello creí estar en el mismo plano celestial que los dioses.
Sudándome las manos y temblándome la voz respondí:
—¿Qué os parece mañana? —le pregunté ansioso por una respuesta positiva.
—Pues… podrías venir a la fiesta que se celebra en palacio. Preguntad por mí y os dejarán pasar.
—Vamos princesa, se nos está haciendo muy tarde —comentó su niñera.
—¿Vendrás? —preguntó Enuhé entusiasmada y levantándose de lo que yo llamaría nuestro banco.
—¡Allí estaré, mi princesa! —contesté sin pensármelo, aun sabiendo que en casa no sería una buena noticia. Vi cómo después de decir eso, Sachén, dando un tirón del brazo, se la llevo de la plaza.
Me dirigí hacia donde estaba mi vieja mula y pude ver que el cuerpo de aquel tipejo ya no estaba. Recogí todo lo que pude, que no era mucho, lo cargué en la carreta y me apresuré a marcharme. Pasé por la plaza de la fuente, recordé aquel beso de nuevo y me dirigí hacia las puertas de la ciudad.
Después de entregar el pase del mercado en la puerta principal, salí de Nivenia, aún sumergido en mis recuerdos del mejor día de mi vida. Me dirigí así hacia mi casa.
De camino, iba pensando en lo que me ocurrió allí. Tenía la esperanza de que la próxima vez que volviese a Nivenia todo fuese distinto, a excepción de lo ocurrido en el banco.
Tras un par de horas caminando, llegué a casa. Guardé el carro en el granero y solté a las mulas de él. Les rellené el comedero de heno y me dirigí a ver a mis padres y a cenar.
—Buenas noches, padre. ¿Dónde está madre? —dije al entrar al salón.
—Está preparando el estofado de esta noche, Círux. ¿Qué tal ha ido todo en el mercado, hijo mío?
—Bien, padre, todo este dinero es la recaudación de hoy. Al entregarle el dinero se quedó bastante asombrado.
—Pero con todo este dinero, seguro que has vendido todo el género, ¡sabía que lo harías bien! —dijo orgulloso y sosteniendo el saco del dinero.
—No exactamente padre… —dije sin saber aun lo que iba a decirle.
—Círux… no habrás hecho una de la tuyas… ¿Verdad?
Tragué saliva y…
—Padre, ese tipejo, Zarias, intentó jugármela.
Mientras intentaba explicarle todo lo que había pasado pude ver cómo le cambiaba la cara. Sí, esa cara que temen hasta los mismísimos dioses.
—¡Marcus! —Pudimos escuchar a mi madre desde la cocina—. Deja a Círux que termine, seguro que hay una explicación para todo esto, ¿verdad, hijo? —dijo confiando en que la hubiese.
—¡Sí, claro que sí, madre! —contesté mientras miraba a mi padre cómo se volvía a acomodar.
—Bien. Pues empieza, porque ya sabes que no me gusta que te andes por las ramas, Círux.
—Todo ese dinero se lo gané a Zarias en una apuesta, el muy… iba difundiendo por el mercado que nuestra cosecha estaba envenenada.
—Típico de él. ¿Y cómo fue la apuesta? —dijo algo más calmado.
—Pues… nos apostamos que si tan solo vendía una cesta, nos compraría todo el género al doble de su valor.
—¿Y quién fue el valiente que se atrevió a comprarla? —preguntó riéndose—. Porque si dices que iba difundiendo tal embuste, sería complicado, ¿no?
—Bueno… ahí está el inconveniente… «Espero que no me mate».
—¿El inconveniente? Vamos dilo ya, Círux.
—La princesa —dije mirando hacia el suelo.
—¿Fue la princesa? ¿Otra vez por allí? —dijo extrañado—. Esa chica les buscará a los mercaderes un problema algún día. Espero que no hayas hablado con ella, si algún Niveniano te ha visto, tendremos problemas la próxima vez que vayamos.
Intenté explicárselo todo tal y como había pasado, pero de nada sirvió.
—¿¡Qué!? ¡Que ni se te pase por la cabeza ir al palacio Niveniano! ¿Queda claro?
—¿Pero, por qué padre?
—No hay peros que valgan. ¡Porque lo digo yo y no hay nada más que hablar! —dijo a la vez que le daba un palmetazo a la mesa.
—Pero… padre…
—¡Ya basta Círux, he dicho que no hay más que hablar! —exclamó mientras se levantaba del sillón.
—¿A dónde vas, Marcus? Aún no has cenado —dijo mi madre en tono leve y algo preocupada.
—He perdido el apetito, me voy a dormir —siguió mi padre sin decir ni media palabra más.
Subió escaleras arriba, se metió en su habitación y cerró la puerta de tal manera que parecía derrumbarse la casa. Nunca había visto a mi padre así, estaba tan furioso que hasta mi propia madre se asustó de él.
El silencio inundó la habitación. Mientras nos terminábamos la cena, no se pronunció ni una sola palabra más. Era bastante incómoda esa situación, pero yo no quería irme a dormir sin saber la opinión que en tantas ocasiones me había ayudado.
—Madre, ¿por qué tanta hostilidad con los Nivenianos? Son algo especiales pero, por lo que he podido ver, no son tan diferentes a nosotros —dije con la mirada perdida.
En ese momento, me sobresaltó la voz de mi padre al que creía dormido y desde arriba dijo:
—¿Aún crees que no son diferentes a nosotros? Tus ideas cambiarán mañana y ahora descansa, ya es tarde para hablar de esto. Sin más dilación volvió a entrar en su habitación.
—Hijo mío, ya sabes cómo es tu padre —dijo en voz baja—. Tú dale tiempo, has nacido para sobrepasar las líneas del hombre, y los dioses lo saben.
Todo eso me lo dijo mientras me daba un beso en la frente y me invitaba a ir a descansar. Sin decir nada más, subió escaleras arriba y entró en su habitación.
Poco después de quedarme mirando las escaleras vacías, salí a la puerta, me tumbé en el porche y pensé: «¿Tiene que ser así? Yo no puedo seguir siendo un simple cosechador». En ese momento, mirando aquel cielo lleno de estrellas y la luna en su estado creciente, cerré los ojos pensando en lo que sería de mi vida. Sin darme cuenta y con el aire helado recorriendo mi piel, fui presa del sueño.












2 comentarios:

  1. Rivi!! Me acabo de quedar alucinada, ya que he dado con tu blog por casualidad, y me encanta como escribes. He visto que has escrito un libro y me a encantado el primer capitulo así que seguramente me haré con el y espero que me lo dediques algún día!!
    Te deseo éxito en esta aventura!
    Un besazo y cuídate!!

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    1. Me alegro que te guste. En cuanto lo tengas me avisas y te lo dedico

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